En una democracia, lo que importa es cómo se ejercen los derechos en la práctica, y el periodismo es una herramienta crucial en la concepción, vida y muerte de esos derechos.
Esta es una de las tesis centrales del libro “El periodismo y la fábrica de derechos en América Latina”, publicado recientemente por el periodista, politólogo e investigador en comunicación argentino Fernando J. Ruiz.
Fruto de más de siete años de trabajo, el libro, disponible gratuitamente en Internet, se describe a sí mismo como un “curso teórico-práctico orientado al interés público”.
Ruiz describe el ciclo vital de los derechos, desde la reclamación de las víctimas hasta la respuesta de las autoridades democráticas, y explica cómo afecta el periodismo en cada una de estas etapas.
Expresidente del Foro de Periodismo Argentino (Fopea) y uno de los pensadores mediáticos más respetados de la región, Ruiz es también un experto en la situación política y social de América Latina. En el libro combina referencias de varios países de la región, desde El Salvador hasta Brasil.
En entrevista con LatAm Journalism Review (LJR), Ruiz reflexiona sobre lo mejor y lo peor de la prensa regional, cómo los periodistas pueden operar en contextos que distan mucho de ser ideales y también explica en qué consiste su modelo VAR para determinar si un derecho está o no siendo respetado.
La entrevista ha sido editada para mayor claridad y precisión.
El periodista e investigador argentino Fernando Ruiz durante una charla pública. (Foto: CUP)
LatAm Journalism Review: En primer lugar, ¿qué es esa idea de la “fábrica de derechos”?
Fernando Ruiz: En las democracias, la forma de saber si estamos avanzando o retrocediendo es ver la cantidad de derechos ejercidos que tenemos — no en la ley o en el papel, sino en la realidad de nuestras vidas. Cada uso de esos derechos tiene un ciclo de vida donde emerge, y después se puede instalar en nuestra vida por siempre, o a veces por un tiempo. Suben y bajan, casi como si fuera un mercado de acciones.
En ese ciclo de vida que tienen los derechos, el periodismo, en su tarea cotidiana, puede tener una incidencia tanto a favor como en contra.
Lo que yo hago en el libro es describir, en siete etapas, cómo va surgiendo un derecho hasta llegar a estar efectivamente en nuestra vida real. Y comparo cómo el periodismo incide o puede incidir en cada una de esas siete etapas.
LJR: ¿Y cuáles son las siete fases?
FR: En síntesis, los derechos surgen cuando los afectados piden por ellos, logran llegar a la opinión pública, y luego las instituciones democráticas y el Estado lo convierten en derecho y exigen su cumplimiento. En cada una de esos momentos, el periodismo puede cumplir un rol.
Las siete fases son: victimización, que es cuando las víctimas perciben una injusticia; acceso a los medios, cuando esas víctimas o alguien en su nombre logran la atención de los periodistas; standing, cuando esa voz se consolida en los medios; resonancia, si esa voz de las víctimas es escuchada; consonancia, si esa voz logra contagiar su indignación a la sociedad; formalización, es cuando los poderes legislativos, judiciales o ejecutivos, reconocen ese derecho; y, finalmente, la última fase es la consolidación, que es cuando el Estado hace cumplir ese derecho.
En resumen, que un derecho sea efectivo y no reversible exige que su incumplimiento sea inaceptable para la sociedad, las instituciones democráticas, y también para la llamada burocracia a nivel de calle. Este libro analiza las buenas y malas praxis del periodismo en cada una de esas siete fases, con ejemplos de todos los países latinoamericanos.
LJR: Usted afirma en el libro que “el periodismo no solo informa, sino que también legisla normas”. Ahora estamos en un contexto en el que otros modos de comunicación tienen más fuerza que el periodismo, como las redes sociales. ¿Esa legislación de las normas sociales aún sigue vigente?
FR: El periodismo en los últimos años ha sido un poco marginado, pero sigue teniendo un poder importante. Menos que antes, pero sigue siendo un actor de referencia.
Por ejemplo, cuando una empresa sufre una crisis pública y sale a defenderse en el espacio público, en general, los expertos en crisis saben que la crisis ha terminado cuando el periodismo profesional deja de ocuparse de ese tema —por más que las redes sociales puedan seguir. Lo que define el ciclo es la participación o no de los periodistas profesionales.
LJR: Usted defiende la idea de que las facultades de periodismo hablan poco sobre derecho. En América Latina, en muchos países el periodismo está subordinado a la comunicación. ¿El periodismo debería estar más cerca del derecho y también de la ciencia política?
FR: El periodismo de interés público tiene que tener mucho más entrenamiento en derecho y en ciencia política. Porque, en una redacción, cuando se están decidiendo los temas que se van a cubrir, muchos de esos argumentos tienen que ver con si es más justa la huelga de los profesores, o la huelga de los policías, o si tenemos que cubrir la historia de esta familia o la de la que le han matado un hijo.
Hay una discusión que, entre otros elementos, incluye la ponderación de los derechos: cuál es más importante y cuál menos, cuál necesita más, cuál necesita menos. Así que, por lo menos el periodismo de interés público debería tener mucha más cercanía con el derecho y la ciencia política.
LJR: La línea editorial implica una jerarquización de la cobertura de los conflictos por los derechos. ¿Esa línea puede ser contradictoria? Por ejemplo, ¿hay contradicción entre la economía o el área ambiental?
FR: Sí, sí, exacto. La línea editorial —especialmente en países con alta calidad democrática— puede no ser muy nítida. Por ejemplo, la sección de Internacional puede tener una línea más de izquierda, la de Política más de centro, y la de Economía más de centro-derecha. Entonces, el alineamiento de derechos sería distinto. Pero eso también es parte de una línea editorial: cómo se colorean los derechos de distinta forma.
LJR: ¿Y cómo evitar que, en esa gestión de disputa por derechos, los casos sean muy individualizados? Por ejemplo, que no se comprenda qué factores sociales hay detrás de un caso de violencia.
FR: Forma parte de la práctica periodística tratar de incorporar el mayor contexto posible. Pero claramente, el periodismo tiene, sobre todo, una explicación desde el caso individual. No es el periodismo el que se encarga del análisis más estructural; sino que absorbe ese análisis estructural que hace el mundo académico para darle contexto a los casos particulares.
Entiendo el sentido de tu pregunta, y claramente siempre hay que tratar de conectar el caso individual a un contexto.
LJR: Usted también habla mucho sobre la comunicación de las víctimas. ¿Cómo evitar revictimizarlas? A veces se habla de los casos de manera muy rápida, ilustrativa, genérica. ¿Cómo evitar eso?
FR: Dedico un montón de casos al análisis de eso, que me parece un punto muy sensible. Porque, claramente, la fuerza de los derechos tiene que ver con la capacidad de comunicación de las víctimas, o de quien represente a las víctimas.
Y es curioso, porque la comunicación para las víctimas puede ser una forma de revictimizarse o puede ser una forma de empoderarse. De hecho, en muchos casos, las víctimas que buscan la comunicación activamente lo hacen para empoderarse.
Incluso, en muchos casos, la comunicación para las víctimas es muy sanadora. Recuerdo un caso de un juicio en el cual se había suicidado el acusado, a las víctimas se las dejó seguir participando del juicio para expresar su testimonio, porque esa comunicación pública era sanadora.
Así que es muy sensible la relación entre la comunicación y las víctimas. Por lo tanto, también es muy importante la sensibilidad que los periodistas tienen en su relación con ellas. Parte del entrenamiento en derechos que los periodistas necesitan es también el entrenamiento en la sensibilidad hacia las víctimas.
Recuperando una pregunta anterior: yo creo que también deberían estudiar psicología. Y tal vez también antropología. Eso me lleva a un chiste que tengo acá en la universidad, que dice que el periodismo es la etapa superior de las ciencias sociales.
LJR: Una de las cuestiones más importantes del libro es que el periodismo es una profesión democrática. Pero ¿cuándo, y en qué casos, incluso en condiciones democráticas, el periodismo no cumple esa vocación, o está en contradicción con ella?
FR: En primer lugar, cuando difunde discursos cerrados que son autoritarios y no los cuestiona. Cuando uno los trata con equivalencia moral frente a otros discursos que son democráticos.
A mí la expresión de que el periodismo es una profesión democrática me gusta mucho, porque el periodismo está muy relacionado con la duda, el cuestionamiento, la pregunta, la investigación. Y esos son todos verbos que, fuera de un contexto democrático, son imposibles.
Por ejemplo, cuando el periodismo evita tener sensibilidad con las víctimas y mantiene la opacidad sobre bolsones de víctimas muy importantes, eso no contribuye a la democracia. Porque no dar voz a grupos de víctimas que tienen agravios muy fuertes puede llevar a que esas víctimas busquen otros caminos — muchas veces, la violencia.
Por ejemplo, en América Latina, la situación de desigualdad social extrema y persistente no es tolerable en el mediano y largo plazo. No sería extraño que las democracias latinoamericanas enfrenten una crisis porque, en algún momento, esos millones de víctimas se cansen de esa situación de postergación, y se conviertan en disruptores del proceso democrático.
LJR: ¿Qué temas piensa usted que tienen peor cobertura actualmente en América Latina?
FR: El tema de la desigualdad social, sin duda. Yo creo que el tipo de cobertura es una cobertura turística; quiere decir, que cada tanto vamos a visitar, sacamos unas fotos, pero no hay una cobertura que ponga en el centro de la agenda la transformación social. Quizás el problema es que no se considera posible la transformación social, y entonces, como no se considera posible, hay una resignación: se asume que esa situación de desigualdad extrema va a permanecer por siempre.
Cada tanto se hace algún gesto —alguna cobertura, alguna editorial de indignación— pero en la cobertura central no está ese tema permanentemente.
LJR: ¿Podría explicar brevemente el modelo VAR? ¿Cómo lo desarrolló?
FR: Ese lo saqué del Mundial de Clubes [de la FIFA]. (Ríe.) Es así. El proceso democrático tiene una etapa donde se construye la “Voz” de quienes quieren expresarse, una segunda etapa en la cual esa voz logra o no “Apoyo” social, y una tercera etapa en la cual ese apoyo logra o no una “Respuesta” de las instituciones democráticas. Si logra respuesta, se consolida ese derecho.
Entonces, la V, la A y la R representan esas tres etapas. El periodismo puede evaluar su desempeño observando cómo incide en la etapa de la voz, en la del apoyo social y en la de la respuesta institucional —entendida esta como la respuesta del Poder Legislativo, Ejecutivo, Judicial y también la burocracia estatal. Uno así puede evaluar democráticamente su tarea como redacción o como periodista.
LJR: ¿Y cómo puede actuar con efectividad el periodismo en un contexto de Estado ambivalente, fragmentado, como el que usted menciona en América Latina?
FR: Y además, tenés que sumar una prensa ambivalente. Es decir, hay un Estado ambivalente y una prensa ambivalente; una prensa que muchas veces está limitada, en un “corralito”; muy dependiente de sus apoyos económicos o políticos, y por lo tanto no tiene libertad de agenda. Entonces, los periodistas que están en esas redacciones tienen muy poco margen de acción. Eso es lo que está ocurriendo hoy en América Latina.
LJR: ¿Y entonces, cómo actuar con efectividad en esos contextos?
FR: Cuando hay poco margen de acción, hay que ser lo más consciente posible de lo que se puede hacer. Por ejemplo, propongo una estrategia para coberturas sobre narcotráfico en contextos donde hay muy poco margen: trabajar con una agenda indirecta.
Es decir, en lugar de concentrarse en describir a las mafias —lo cual puede ser muy difícil en una prensa precaria, con un Estado ambivalente—, el enfoque debe ser: ¿por qué el Estado no puede combatir el crimen organizado? ¿Qué competencias le faltan? En lugar de investigar el crimen directamente, se investiga la debilidad institucional. Esa es una estrategia más segura y que puede tener impacto.
Hay que ser conscientes de las limitaciones, y dentro de ellas, tratar de conquistar la mayor autonomía posible para hacer la mejor cobertura posible.
LJR: ¿Quién está haciendo las coberturas más interesantes de América Latina hoy, en su opinión?
FR: El Faro, de El Salvador. Sin duda. Porque ha sabido revelar, en un contexto muy difícil, la violencia estructural salvadoreña. Sus investigaciones han hablado con los victimarios, han hecho periodismo narrativo muy interesante, con un tratamiento de las fuentes con muchísima sensibilidad.
Y por supuesto hay otros casos en América Latina. A mí me gusta mucho un caso en Entre Ríos, Argentina, que se llama Análisis. En una situación de mucha restricción económica y política, ha investigado a todos los partidos políticos y poderes, con enorme sensibilidad.
LJR: Y precisamente El Faro tuvo recientemente un caso polémico cuando entrevistaron a dos exlíderes de pandillas. En el libro usted habla un poco sobre el riesgo de la equivalencia moral al entrevistar a criminales. ¿Qué principios éticos deberían guiar al periodismo en esas situaciones?
FR: El principal principio ético es ir muy preparado a esa entrevista. Es importante escuchar al victimario, pero más importante aún es que eso no revictimice a las víctimas. Por lo tanto, no es una entrevista para cualquiera: hay que estar preparado, y tienen que estar aseguradas las condiciones.
Por ejemplo, cuando Armando.info en Venezuela investigó a uno de los militares más vinculados a la tortura, no fueron a consultarlo a él, por razones obvias.
Otro caso: la investigación sobre el juez [Sergio] Moro en Brasil. The Intercept publicó las filtraciones sin consultarle previamente, porque temían que judicialmente se frenara la publicación. Era una posibilidad real.
Entonces, hay que ponderarlo. Hay que tomar contacto con los victimarios solo cuando se ha evaluado muy bien el posible impacto: tanto sobre la publicación, como sobre el riesgo para los periodistas, y sobre la posibilidad de revictimizar.
El caso más desastroso de entrevista a un victimario en América Latina lo hizo el actor Sean Penn —que ni siquiera es periodista— cuando entrevistó al “Chapo” Guzmán y le preguntó si se consideraba un hombre violento. Por supuesto, él respondió: "No".
Portada de "El periodismo y la fábrica de derechos en América Latina", de Fernando J. Ruiz. La imagen, creada por Mondongo, el dúo de artistas formado por Juliana Laffitte y Manuel Mendanha, es una reinterpretación del icónico cuadro "Manifestación", de Antonio Berni. (Foto: Cortesía)
LJR: Aquí en Brasil tuvimos un caso de una presentadora de un programa de entretenimiento que transmitió en vivo un secuestro. Un chico había secuestrado a su pareja, y ella transmitió todo en directo. Al final, el chico mató a su pareja.
FR: Bueno, eso es gravísimo. Nosotros siempre tenemos una tensión en el periodismo: tenemos que captar la atención. Eso es innegable. No se puede ser periodista y no querer captar la atención de la audiencia —si no, no funciona. Es como un profesor que no logra captar la atención de sus alumnos.
Pero si esa necesidad de captar la atención nos lleva a convertir todo en un espectáculo y a perder la sensibilidad con las personas, ahí estamos entrando en una mala praxis evidente.
LJR: Una última pregunta: ¿cuál es, en su opinión, el principal deber ético del periodismo actualmente?
FR: Mantener la sensibilidad con las personas comunes. Es decir, si la democracia es el régimen más sensible con las personas más comunes, el periodismo forma parte de la piel de ese régimen democrático. Por lo tanto, no debe endurecerse nunca.