Durante más de 20 años, la politóloga brasileña-alemana Paula Diehl ha estudiado el populismo, especialmente su relación con los medios de comunicación. En su investigación, descubrió que el populismo y los medios operan siguiendo las mismas reglas para captar la atención del público.
Parte del interés por este objeto de estudio proviene de la propia trayectoria de Diehl: licenciada en Periodismo de la PUC-SP y en Ciencias Sociales por la Universidad de São Paulo, emigró a Alemania para realizar su doctorado en la Universidad Libre de Berlín. Terminó quedándose en el país, donde actualmente es profesora en la Universidad Christian-Albrecht de Quiel. Diehl organizó el libro recientemente publicado “The Complexity of Populism New Approaches and Methods” (La complejidad del populismo. Nuevos enfoques y métodos, en traducción libre), en el que, junto con sus pares, analiza el fenómeno que ha estado arrasando las democracias de todo el mundo.
¿Cuáles son los elementos comunes entre líderes como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei y los medios de comunicación, y en especial con el periodismo? LatAm Journalism Review (LJR) aborda estas preguntas en esta entrevista con Diehl.
LJR: Se ha dicho y escrito mucho sobre el populismo durante la última década. La mayoría de estos textos abordan la relación entre populismo y comunicación y la prensa. La reciente colección que usted organizó propone un llamado “enfoque complejo” del fenómeno. ¿Qué caracteriza este enfoque y en qué se diferencia de los estudios habituales en el campo?
PD: Normalmente, hay dos maneras de abordar el populismo, y ambas buscan construir un objeto de estudio coherente, algo que el populismo no es. En la primera, el populismo se trata como una categoría. Esto da la impresión de cierta seguridad, pero no necesariamente corresponde a la realidad empírica. Esta idea del modelo complejo del populismo deja de pensar en categorías, y en cambio piensa en ello como una forma de hacer política. Esto tampoco es muy desconocido dentro de la investigación sobre el populismo. El enfoque del discurso de [el teórico argentino] Ernesto Laclau, por ejemplo, considera el populismo como una forma de construir política, una forma de hacer política. La diferencia con Laclau es que aborda el populismo como un proceso coherente que permea todas las dimensiones de la sociedad de la misma manera. No estoy de acuerdo con eso.
LJR: ¿Y eso qué significa?
PD: Acepto la hipótesis de que el populismo es realmente una forma de hacer política, pero creo que no necesariamente se articula de la misma manera en varias dimensiones de la política. Por ejemplo, si observas la forma en que se comunica un sujeto político, y la ideología que transmite este actor, o su forma de organización, verás que no necesariamente tienen que ser coherentes. A veces el populismo impregna todas estas dimensiones de manera coherente, otras no. El caso de Berlusconi, en Italia, es muy interesante, porque era muy populista en su comunicación, en las técnicas que usaba para comunicarse a través de los medios, pero no era muy populista en su ideología. El concepto de soberanía popular casi nunca aparece en sus discursos. Y si analizamos un periodo de tiempo, un actor puede cambiar la forma en que articula el populismo. Puede haber variaciones en el contenido populista en estas tres dimensiones, y esta variación puede aparecer en diferentes grados.
LJR: ¿Cuáles son los principales atributos en términos ideológicos?
PD: Acepto los tres elementos citados por [el politólogo holandés) Cas Mudde: que el populismo se basa en la idea de soberanía popular, que lo vincula a la democracia. También acepto que se centra en una oposición fundamental entre la élite y el pueblo, y que esta oposición fundamental genera una actitud anti-institucional y anti-mediación. Pero eso no es suficiente. También creo que, en términos ideológicos, el populismo termina valorando al pueblo, pero no determina quién es parte del pueblo y quién no. Esto deja al populismo muy vulnerable a otras ideologías más sólidas, como la extrema derecha.
LJR: ¿Qué pasa con la comunicación?
PD: En términos de comunicación, me basé en estudios sobre desempeño, tipos de medios de comunicación y estilo para definir la injerencia del populismo en este ámbito. En esta comunicación hay una simplificación no sólo de los mensajes, sino también del contenido. Esto puede generar lo que llamé un “cortocircuito retórico”: el populista deja de lado la explicación de la política y alega una causalidad que en realidad no existe. También habrá continuos llamamientos al pueblo, lo cual es algo antiguo, como por ejemplo con João Goulart (expresidente de Brasil, 1961-64). Además, el actor político se presenta como maleducado e ignorante de códigos políticos aceptables, algo que muchos autores llaman mala educación. También hay una comunicación maniquea, que ve el mundo en blanco y negro, impidiendo la posibilidad de un diálogo más matizado. También hay una dramatización y la creación de una narrativa de que el pueblo fue traicionado. Esta narrativa de traición al pueblo se encuentra a medio camino entre la parte ideológica y la comunicación. Promete un final feliz, que será cuando la soberanía popular regresará al pueblo. Donald Trump, por ejemplo, en su discurso inaugural afirmó: “Estamos transfiriendo poder desde Washington, D.C. y devolviéndolo a ustedes, el pueblo”.
LJR: ¿Existen afinidades entre esta forma populista de comunicar y pensar la política y el periodismo?
PD: Mi investigación, y la de otras personas, va exactamente en esa dirección. Y no se trata sólo del periodismo, sino de los medios en su conjunto, incluida la industria del entretenimiento. Los criterios de presentación y selección de los medios son muy similares a los criterios de la comunicación populista. Yo diría que existe una afinidad estructural entre los medios y la forma de comunicación populista. En otras palabras, independientemente de la voluntad de un actor del periodismo o de la industria del entretenimiento de seguir al actor populista, los actores que utilizan el populismo necesariamente serán privilegiados por los medios. ¿Por qué? Simplifican el mensaje, algo que los medios también hacen para llegar a un grupo más amplio. También dramatizan el mensaje, que es también un criterio y en ocasiones incluso una forma de presentar los contenidos en los medios. Producen una narrativa en la que los conflictos aumentan y los conflictos siempre son privilegiados por los medios. También rompen tabúes y producen escándalos, y los escándalos siempre deben ser tema del periodismo. Si no, el periodismo no podrá cubrir hechos inéditos, algo fundamental. Entonces hay varias afinidades, lo que crea una situación en la que los actores populistas reciben más atención de los medios, independientemente de si son de derecha o de izquierda, e independientemente de si los medios quieren darles espacio a estos actores o no. Por eso un jefe de CNN dijo que eso podría ser realmente malo para el país, pero es bueno para el negocio. Porque genera atención del público y la empresa vende más anuncios.
LJR: En otras palabras, los medios también se benefician del populismo.
PD: Sí. Y, a medida que el populismo genera atención pública, los medios terminan convirtiéndose en cómplices de los actores populistas. Debido a esta afinidad estructural, resulta muy difícil, especialmente para el periodismo, abordar mensajes populistas. Cuando los actores populistas generan escándalos, esto crea un dilema: si es necesario informar o no, hablar del tema o no. Y esto se ve agravado por la estructura mediática que se ha transformado radicalmente, especialmente desde los años 90, volviéndose mucho más comerciales. La dependencia comercial es enorme, por lo que es muy difícil no seguir ciertos métodos para atraer la atención del público, que son los mismos métodos que utilizan los populistas en su comunicación.
LJR: También durante este periodo es cuando los actores políticos de extrema derecha comienzan a ganar fuerza.
PD: A principios de los años 90, muchos actores de extrema derecha, principalmente partidos, comenzaron a adoptar el populismo para, aprovechando esta afinidad con los medios, entrar en la esfera democrática. Hasta entonces, las ideas racistas, sexistas y chovinistas no habían entrado en la esfera mediática. Pero entonces, el populismo se convierte en un vehículo para transmitir la ideología de extrema derecha en la esfera pública. Los medios de comunicación tienen gran importancia en esta situación, en el sentido de normalizar las ideas extremistas. Un caso paradigmático es el del Frente Nacional, en Francia, que transmite una ideología de extrema derecha y la mezcla con el populismo, creando un populismo híbrido de derecha. La ideología de extrema derecha puede aumentar o disminuir en intensidad, y algunos códigos cambian: en lugar de hablar de raza, hablan de cultura. Con ello pasan los criterios de filtrado mediático, y entran en la esfera pública. En otras palabras, hay un efecto de normalización sobre las ideas de extrema derecha, que parecen más suaves. Luego, con la normalización, la radicalización puede regresar. Un ejemplo de ello es la idea del “gran relevo”, una idea de extrema derecha que aparece cada vez más en las declaraciones de los políticos que tienen muchos votos.
LJR: ¿Cómo cambia la cobertura en este caso?
PD: Como la extrema derecha utiliza el populismo a gran escala –en algunos lugares, como Austria, durante 20 o 30 años– los medios terminan cubriendo excesivamente a los actores del populismo de derecha. Como resultado, los medios no sólo dejan de mirar críticamente al populismo de derecha, sino que terminan repitiendo, lo quieran o no, los mensajes de estos actores. Y, a través de la repetición, se pierde la posibilidad de comparar con otras formas de hacer política: la realidad mediática se vuelve autorreferencial, repitiendo la forma de comunicación de los actores populistas. Si seguimos lo que dijo [el sociólogo alemán] Niklas Luhmann sobre el sistema de medios –es decir, que todo lo que sabemos sobre la política y la realidad social, lo sabemos a través de los medios–, esto termina influyendo muy fuertemente en la forma en que vemos la política y la sociedad. Y otros autores también están empezando a perseguir el populismo, para poder entrar en esta competencia por la atención de los medios. Entonces los demás actores adoptan el populismo para ganar en esta competencia. En otras palabras, el propio entorno político se vuelve populista y la forma en que los periodistas cubren las noticias también se vuelve más populista.
LJR: ¿Y cómo romper ese circuito y poder hacer buen periodismo?
PD: La tarea de los periodistas se ha vuelto mucho más compleja. La verificación de datos por sí sola no es suficiente, no es suficiente para confrontar a los políticos con las contradicciones que ellos mismos generan. Es necesario tener conocimiento de la forma performativa en la que los actores se comunican políticamente. En otras palabras, tienes dos tareas. La primera es hablar del contenido y analizar el contenido, y la segunda es analizar la forma en que el político transmite este contenido. Entonces, se vuelve mucho más complicado, se vuelve mucho más difícil; pero no es imposible. En otras palabras, toda cobertura mediática de un evento y de un actor debe necesariamente incluir la deconstrucción de la forma performativa en la que ese actor se presenta a sí mismo.
LJR: ¿Cómo abordar el uso de hipérboles por parte de actores populistas?
PD: En esta dinámica está en juego la afinidad entre los medios y el populismo, donde la producción de escándalos hay que cubrirla y no se puede dejar de lado, y también unos medios cada vez más sensacionalistas. Incluso las televisiones que intentan producir análisis se ven afectadas, incluso los buenos periódicos se ven afectados. Esto acaba creando una hipérbole en la forma de presentar la noticia. Por supuesto que hay que hablar de algún escándalo, es lógico que haya que criticar cuando el jefe del Estado hace una declaración racista, sexista o contraria a los principios democráticos de igualdad. Pero la pregunta es si hablarás de ello durante una semana entera o hablarás de ello durante dos días y luego cambiarás de tema. Los medios acaban aumentando la importancia de estas declaraciones.
LJR: ¿Cómo opera este sensacionalismo?
PD: Daré un ejemplo de CNN en la época en la que yo vivía en Estados Unidos; Es muy interesante, porque muestra sensacionalismo y al mismo tiempo ese criterio de tener todo inmediato, es decir, mostrar inmediatamente lo que está pasando. Cuando hubo el ataque terrorista en el Bataclan de París en 2015, enviaron a [Anderson] Cooper a las calles de París y todo había terminado. Y pasó toda la noche frente a la calle sin que pasara nada, diciendo que lo estaba cubriendo por si volvía a pasar. Es una situación completamente absurda que genera la expectativa de que algo va a pasar, y la persona termina siguiendo viendo la televisión porque algo puede pasar. Esta es una técnica, como cuando utilizas un escándalo para generar otras controversias, y con cada controversia creas esa sensación de que algo nuevo va a pasar. Cuanto más comerciales se vuelvan los medios, más sensacionalistas serán. Esto aumentó después de lo que se llamó el “cambio del sistema mediático” en los años 1990.
LJR: ¿Por qué llevas esto a la década de 1990?
PD: En ese momento se produjo un cambio tecnológico y legal. En el ámbito tecnológico, los medios comenzaron a utilizarse desconectados de lo que se llamó la “aldea global”, que era todo el mundo frente al televisor al mismo tiempo. Surge un público nómada en términos de tiempo y espacio (esto ahora parece jurásico, hablando de videocasetes o revistas especializadas). Y, al mismo tiempo, en ese momento se produjo una cartelización de las empresas de medios, surgida de nuevas leyes aprobadas en varios países, dominando la forma mediática a nivel global. Con estas leyes, un holding puede ser propietario de varios medios de comunicación diferentes. ¿Y qué pasa? El contenido circula en todos los medios en varias formas diferentes para generar publicidad.
Además, hay una formación de géneros más híbridos. La diferencia entre información y entretenimiento se vuelve cada vez más fluida. Como resultado, la información acaba convirtiéndose en una fuente de entretenimiento, y el sensacionalismo es una de esas fuentes.
LJR: ¿Qué cambia con las redes y las grandes plataformas tecnológicas?
PD: Hay otra dinámica, el uno a uno. Es decir, se produce una situación en la que existe una competencia indirecta entre la información de las redes sociales que no está verificada y el periodismo.
Y el periodismo siempre pierde, porque es más lento, necesita comprobar la información. Mientras que, si envío un texto que generé yo mismo, no es necesario verificarlo. No tengo ningún compromiso, puedo decir lo que quiera, porque no es periodismo, sino mi opinión como ciudadano. Como resultado, cada vez más personas no obtienen información a través del periodismo, sino a través de las redes sociales, que no necesariamente verifican la información. Esto lleva a que los periodistas sean cada vez más rápidos y a comprobar cada vez menos su información. Tienen menos información para formular noticias; al no tener tanta información para la noticia, lo compensan haciendo más llamamientos emocionales, y esto acaba aumentando el sensacionalismo.
LJR: Usted dejó Brasil para ir a Alemania en los años 1990. ¿Sigue lo que sucede en América Latina?
PD: Creo que un caso muy interesante es el de Javier Milei en Argentina. Tiene una forma de comunicación muy ligada al entretenimiento, dice cosas absurdas, como el perro que murió y reencarnó en su clon. Tiene una parte carnavalesca muy importante, que no fue explorada mucho por la investigación. Esta parte también está presente en Trump y Bolsonaro. Todo el mundo sabe utilizar los medios, manipulando las reglas del entretenimiento. Milei es interesante y muy peligroso.