“Cada vez que matan a un reportero, su muerte estalla en los corazones de los demás periodistas del país, como un terremoto con un efecto expansivo. No importa si conocían a la víctima o no. Cada asesinato revive sentimientos de miedo, terror, desesperación, rabia y tristeza que se acumulan con el tiempo.
Cada vez que matan a un reportero en México, los que nos hemos organizado para responder a este tipo de emergencias enviamos mensajes grupales desde nuestros celulares en los que todos nos preguntamos: ‘¿Estás bien?’.
Para los reporteros que viven en la misma ciudad que los colegas asesinados, les preguntamos si necesitan ayuda para pagar los gastos del funeral, hacer circular una petición política en las redes sociales o montar una protesta. Y sobre todo, últimamente, ¿necesitan terapia para el trauma?”
