Casi sin proponérselo, Daniel Chaparro Díaz ha dedicado gran parte de su vida laboral y personal a la reconstrucción de la memoria de la violencia de Colombia. Y en particular, en los últimos años, a la memoria del periodismo asesinado en el país.
Para él, también ha sido un viaje personal.
Tenía apenas cinco años cuando su padre fue asesinado por miembros de una guerrilla en el departamento de Antioquia.
Fue el 24 de abril de 1991. El periodista Julio Daniel Chaparro (29 años), junto al reportero gráfico Jorge Enrique Torres Navas (39) habían llegado al municipio de Segovia a cubrir una masacre ocurrida unos años atrás. El trabajo hacía parte de una serie de crónicas para el diario El Espectador titulada ‘Lo que la violencia se llevó’.
Miembros de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (Eln) mataron a los dos reporteros.
Periodista colombiano Julio Daniel Chaparro asesinado en 1991. (Imagen: Santiago Guevara / Cortesía FLIP)
Más de tres décadas después, el 27 de julio de 2025, Colombia reconoció su responsabilidad por no haber prevenido, investigado y sancionado a los responsables del asesinato de los dos periodistas.
“Reconocemos que durante décadas este crimen permaneció en la impunidad, negando justicia a sus familias, a sus colegas de la prensa y a toda la sociedad colombiana”, dijo la ministra de las Culturas, las Artes y los Saberes, Yannai Kadamani Fonrodon, durante el acto público.
Este reconocimiento hace parte del acuerdo de solución amistosa que suscribieron tanto el Estado como las víctimas y sus representantes ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Chaparro Díaz destaca que más allá de luchar por condenas contra los responsables, el acuerdo permite construir la memoria de su padre y Torres Navas.
“Las medidas que están ahí en la solución amistosa están hechas no en beneficio exclusivamente de las familias, ni pensadas para las familias, sino pensadas en cómo se hace memoria de estos dos periodistas que fueron asesinados, cómo se contribuye a que las nuevas generaciones puedan seguir haciendo proyectos de reportería gráfica y de crónica”, dijo Chaparro Díaz a LatAm Journalism Review (LJR).
En 2019 Chaparro Díaz se unió a la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) donde actualmente es asesor de dirección. Parte de su trabajo lo dedica a garantizar que la sociedad colombiana recuerde la violencia que cobró la vida de periodistas en el país. Uno de los proyectos que coordina es el Museo virtual Memorias del Periodismo en Colombia.
“[El museo] es un punto de partida que espera motivar reflexiones sobre el pasado y el presente de la libertad de expresión en las distintas regiones del país y contribuir a la comprensión de las complejidades internas que tal historia entraña”, dice la página del proyecto.
En tres grandes exposiciones, el museo narra las historias de periodistas y medios de comunicación que marcaron la profesión en el país. Para Chaparro Díaz, también forman parte de un viaje para reconstruir la memoria que ‘la violencia se lleva’ cuando periodistas, como su padre, son asesinados.
Los recuerdos que Chaparro Díaz tiene de su padre son muy pocos y con el paso de los años se “han ido diluyendo”.
Mientras crecía escuchaba las partes felices de la historia de su padre, sabiendo claro, que había sido asesinado.
“Crecí en una casa donde la anécdota era la forma privilegiada de contar lo que había pasado con mi padre, con el hermano, con el hijo, con el esposo, con el amigo, con el primo”, dijo.
A pesar de venir de una familia de periodistas – su padre y abuelo ejercieron el oficio – Chaparro Díaz tomó un camino diferente y estudió Historia y Ciencia Política. Fue en los últimos años de carrera, cuando él identifica un primer momento que marcó su acercamiento a los trabajos de memoria.
Uno de sus amigos, hijo de un defensor de derechos humanos desaparecido, lo invitó a ser parte de un colectivo llamado “Hijos e Hijas por la Memoria Contra la Impunidad”. Como parte del colectivo, se empezó a hacer otro tipo de preguntas como quién era su padre y qué era lo que había pasado con él.
Notó que mientras otros hijos en el grupo tenían muy clara la historia política y carrera de sus padres, Chaparro Díaz sabía de su padre dónde le gustaba bailar salsa, de qué equipo era hincha, qué comida le gustaba, cómo eran sus chistes.
“Todo el resto [de información] que las otras personas no tenían y tampoco priorizaban”, dijo.
“Empecé a preguntarme mucho más no tanto por los horizontes políticos de mi padre, sino qué había pasado, quiénes fueron los responsables de su asesinato”, continuó.
Eventualmente, mientras trabajaba en lo que es hoy el Centro Nacional de Memoria Histórica, al tiempo que hacía una maestría, su jefe y director de tesis le propuso hacerla sobre otra masacre ocurrida en Segovia. Un lugar del que no sabía nada, salvo que había sido el lugar del crimen de su padre y su compañero reportero gráfico años atrás.
Investigar la masacre ocurrida en 2002 fue bastante difícil, recuerda Chaparro Díaz. La población, parecía no querer hablar sobre el tema, una memoria que él llama “subterránea”.
“Allí me fueron rebotando preguntas sobre cómo se elaboró la memoria de mi padre en mi casa”, dijo.
Por eso su tesis terminó siendo una de corte autobiográfica donde analizó cómo se elaboró la memoria de la violencia reciente de Segovia y la memoria de Julio Daniel Chaparro.
“Realmente me deslumbró. Terminé enamorándome de mi padre. Un enamoramiento como de ‘¡qué grande era y este man es mi padre!’”, dijo Chaparro Díaz. “Pero una vez que llegué a ese proceso me di cuenta que me estaba enamorando de alguien que hace 18 años o 19 años atrás habían asesinado. Eso para mí fue realmente iniciar un proceso de duelo tardío”.
En esa reconstrucción, conoció a un periodista destacado a pesar de su corta edad. Tenía, a juicio del hijo, una crónica periodística con un “estilo completamente sólido” que permitía un conocimiento profundo de las regiones de Colombia.
“Mi padre era una persona que venía de región, y desde esos lugares podía recoger la mirada que se tenía allí muy rápidamente y ponerla en la crónica”, dijo Chaparro Díaz, para quien la máxima virtud de este género es acercar y poner al lector en ese lugar.
“Una crónica que también estéticamente se acercaba a la poesía, porque [mi padre] también era poeta, entonces bebía un poco de la poesía para lograr ese objetivo periodístico: como lector sí nos ayudaba mucho a no tener una mirada asimétrica, centro-periferia, sino casi a situarnos allí y entender de una mejor manera”, agregó.
Otro momento que influiría en la comprensión de la memoria de Chaparro Díaz surgió cuando cursaba su segunda maestría en el extranjero. Para su trabajo de grado encontró la novela de los hijos de las dictaduras del Cono Sur de América. Estas novelas de las segundas generaciones mostraron otras maneras de reconstruir la memoria usando especialmente al arte: cine, literatura, teatro.
Después de buscar la memoria más relacionada con la justicia, este segundo momento le permitió descubrir “una memoria que acude a la ficción”.
“Es un campo más grande que lo empiezan a llamar memoria imaginada”, dijo Chaparro Díaz.
Su trabajo con el Museo virtual de la FLIP se basa en estas dos perspectivas aprendidas durante sus tesis.
Mientras que la primera y la segunda exposición del museo se centran en la historia del periodismo en el país, la tercera se centra en las contribuciones de periodistas individuales.
La Sala de Redacción de Ausentes destaca las historias de cuatro periodistas asesinados: Orlando Sierra, Guillermo Cano, Sylvia Duzán y Julio Daniel Chaparro.
Chaparro Díaz dijo que la exposición busca, en parte, brindar un espacio para el duelo.
Fotoperiodista colombiano Jorge Enrique Torres asesinado en 1991. (Imagen: Santiago Guevara / Cortesía FLIP)
“Quisiera saber qué periodismo hacían, cuál fue el periodismo que nos arrebataron cuando les asesinaron”, dijo Chaparro Díaz.
“Y siento que esa pregunta en una coyuntura donde se critica mucho el ejercicio periodístico por falta de ética y de calidad, también tiene que tener en cuenta esa ecuación de que estamos en un país donde han sido asesinados 169 periodistas por razones vinculadas a su oficio y que muchos de estos periodistas hacían un periodismo de altísima calidad”, continuó.
El impacto de los crímenes de un periodista suele ir más allá de lo que viven sus familias. Chaparro Díaz resalta los casos Efraín Varela en Arauca, Guzmán Quintero en el César u Orlando Sierra en Manizales, quienes no sólo eran los mejores periodistas del lugar, sino la “institución y la facultad de periodismo de la zona”.
“¿Cómo se afectó el humor político tras el asesinato de Jaime Garzón? ¿Qué herida casi que insalvable tuvo para la historia de Colombia? ¿Cuál es el diagnóstico del daño, como se dice en justicia transicional, del asesinato de Julio Daniel Chaparro? ¿Cómo se afectó la crónica periodística tan potente que tenía él?”, se preguntó.
Para responder estas preguntas, la FLIP creó Entrevistas Imaginadas.
El artista Lucas Ospina construyó diálogos imaginarios con los cuatro periodistas destacados en la Sala de Redacción de Ausentes, entre ellos el poeta y periodista Julio Daniel Chaparro.
Ospina le “pregunta” a Chaparro sobre su próximo libro de poesía; los vínculos entre la literatura, el periodismo y la poesía en su trabajo en El Espectador; cómo describiría su periodismo; y si le da miedo ser periodista en un país lleno de violencia.
“Aquí hasta ser poeta es un peligro”, surge la respuesta imaginada.
Chaparro Díaz ve en estos ejercicios además una invitación a nuevas generaciones para que puedan conocer el periodismo que se hacía.
“Buena parte del aporte que tienen ellos es que nos siguen dando luces a pesar de que de alguna manera su faro fue apagado. Me parece que es importante hacerlo porque la vida de los periodistas está en riesgo”, dijo Chaparro Díaz. “La gente antes sabía qué le estaban quitando cuando asesinaban a un periodista. La gente hoy no sabe, es más indiferente y no se siente tocada. No siente que cuando se ataca el periodismo de esta manera tan brutal, se ataca la sociedad, se ataca la democracia”.