Un estudio encontró que los periodistas en América Latina son más atacados por sus opiniones políticas en Twitter que por su trabajo, y el 68% de ellos, luego de los ataques en línea, restringieron la frecuencia de sus publicaciones, se retiraron temporalmente de esta red social o dejaron de publicar sobre temas sensibles.
La encuesta se realizó entre abril de 2019 y abril de 2020, con financiamiento del Programa Internacional para el Desarrollo de la Comunicación (PIDC) de la UNESCO e implementada por las organizaciones Sentiido, de Colombia, y Comunicación para la Igualdad, de Argentina. El estudio fue coordinado por Sandra Chaher y Lina Cuellar y publicado íntegramente el 21 de junio de 2021.
La encuesta tomó en cuenta casos de violencia en Twitter contra 66 periodistas, en su mayoría mujeres, en siete países de la región: Argentina, Colombia, México, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela. De estos 66, además de la minería de datos y el análisis de sus perfiles, 28 fueron sometidos a entrevistas cualitativas (tres mujeres y un hombre por país).
“La mayoría (65%) de las agresiones a periodistas se concentran en dos categorías: críticas al trabajo periodístico y a las ideas políticas, siendo esta última preponderante. A la mayoría se las/os acusa, independientemente de su género, de servir a uno u otro bando político”, señala una de las conclusiones del informe. Así, los ataques ocurren más cuando un periodista da su opinión que cuando publica un enlace a una historia que ha escrito, por ejemplo.
El hecho de que las agresiones se centren más en posiciones políticas se relaciona, según el documento, con una alta polarización social, que se ve agravada por el diseño de algoritmos para redes sociales.
Además, está vinculado al creciente papel de los periodistas en las redes, que son vistos como influenciadores, dice el informe. Es decir, sus seguidores buscan perfiles de periodistas no solo por su labor en la prensa, sino también –y quizás principalmente–, para conocer otros aspectos de su vida cotidiana y personal: opiniones políticas, las causas que defienden, sus gustos y comentarios sobre temas que no suelen cubrir.
El estudio también muestra que los ataques tienen claras consecuencias. De los entrevistados, el 68% dijo que su libertad de expresión se vio afectada y que su comportamiento cambió después de los ataques. Asimismo, el 75% informó haber sido atacado en otras redes sociales, en público, por correo electrónico o por teléfono. Esto demuestra que la violencia contra los periodistas no se limita a internet y que sus vidas en línea y fuera de línea no están desconectadas.
Otra información relevante de la encuesta es que el 95% de los periodistas sintieron emociones negativas luego de los ataques, como enfado, miedo, vergüenza, entre otros. Si bien esta violencia en línea afecta la psicología y las prácticas de los periodistas, ninguno de los entrevistados abandonó Twitter de forma permanente como consecuencia de los ataques.
“Se da entonces la situación de que estas personas generan estrategias (retiros temporales o selectivos, bloqueos de agresoras/es, limitación en la lectura de notificaciones, entre otras) para continuar conviviendo en un espacio al que perciben como violento y hostil, pero en el que se mantienen como parte de ‘las reglas de juego’ de la vida política contemporánea”, establece parte de las conclusiones del informe.
Además de no abandonar Twitter de forma permanente, el 43% de los encuestados no tomó ninguna medida para aumentar su seguridad. Y el 86% de ellos respondió que las organizaciones o empresas para las que trabajaban no ofrecían ninguna formación antes de los ataques y solo el 25% lo hacía después.
Género
Uno de los principales objetivos del estudio fue identificar diferencias en los ataques según el género de los periodistas. Al igual que los hombres, las mujeres fueron agredidas principalmente por sus posiciones políticas, pero se utilizan contra ellas más términos discriminatorios en relación al género y expresiones con connotaciones sexuales.
En caso de violencia contra las mujeres, hubo un 10% más de menciones que cuestionaban sus capacidades intelectuales, en comparación con los ataques contra los hombres. También hubo un 20% más de expresiones sexistas y un 30% más de comentarios sobre su apariencia física, un número que es el doble en Argentina y Uruguay. Asimismo, muchos de los ataques contra mujeres utilizan sus nombres en diminutivo, como una forma de infantilizarlas, algo que no se identificó en ninguno de los casos de los periodistas varones.
El estudio también identificó que las mujeres son atacadas cuando cubren protestas feministas o toman posición sobre temas relacionados, como la legalización del aborto. En estos casos, es habitual utilizar términos peyorativos como “feminazi” o “femininja”.
Además de que la naturaleza de los ataques es diferente contra hombres y mujeres, los impactos también son diferentes. Las periodistas mujeres respondieron con mayor frecuencia que sentían emociones negativas como resultado de las agresiones, en comparación con sus homólogos masculinos, y el 75% de ellas asumió alguna forma de autocensura, una tasa un 7% más alta que entre los hombres. Otro punto importante de la encuesta es que las mujeres dejaron de usar términos como “patriarcado” y “sexista” para evitar más agresiones.
Por tanto, las coordinadoras del informe concluyen que los atentados han logrado silenciar a las mujeres y, sobre todo, al discurso feminista.
El documento también dice que las mujeres parecen estar más afectadas o más sensibles que los hombres cuando se trata de ataques y, quizás por eso, reaccionan de manera más recurrente.
“Las mujeres formalizaron mucho más que los varones la denuncia en la red social Twitter: 71,5% en relación al 43% de los varones. Fueron bastante más proactivas que los varones en la reacción a partir de las agresiones: sólo el 19% no hizo nada, en relación al 43% de varones que tuvo la misma actitud. También fueron más activas en la modificación de sus prácticas digitales: 62% hizo algo, en relación al 43% de los varones”, dice el informe.
Para las coordinadoras, esto muestra que los periodistas hombres aceptan la violencia en línea como algo que es “parte del juego” con más facilidad que las mujeres. Por lo tanto, las mujeres periodistas tienden a rechazar y tratar de cambiar estas reglas invisibles con mayor frecuencia, ya que entienden que este entorno limita su participación en el debate público.
El informe señala que “si bien tanto mujeres como varones periodistas perciben negativamente las violencias recibidas, los varones parecieran tener «la costra más dura» y alarmarse menos frente a las agresiones”.
“Una inquietud que nos queda frente a esto es si tanto unas como otros deberemos a futuro «naturalizar» y aprender a «tolerar» la violencia si queremos participar en redes sociales y, particularmente, incidir en el debate político contemporáneo. O si sería posible imaginar espacios de debate –tanto offline como online – menos agresivos. Entendemos que este es uno de los grandes dilemas que se presentan actualmente en torno a las redes sociales y a cómo regular los contenidos que por ellas circulan”.
*Este artículo fue escrito en portugués y fue traducido por Silvia Higuera.