*Por Florencia Alcaraz
Esta es una versión abreviada de la nota publicada originalmente por SembraMedia.
“No soy mandona, soy la jefa”, decía una campaña que circuló hace unos años como una traducción de la frase en inglés “I’m not bossy. I’m the boss”. El eslogan sirve de respuesta a los estereotipos de género que todavía rondan las empresas y organizaciones cuando quien está a cargo es una mujer, una lesbiana, una persona no binaria o trans. Si bien las empresas de medios en Latinoamérica no han logrado deshacerse de estos estigmas por completo, el liderazgo cada vez mayor de las mujeres en organizaciones de la región ya presenta aprendizajes que sirven para multiplicar un impulso que no sabe de miedos ni de techos.
Las barreras por sexismo, con las que se cuestiona la idoneidad de las mujeres en puestos de mayor responsabilidad o jerarquía, están en todas partes. Ahora, el problema es mucho más serio cuando estos obstáculos no solo se normalizan en el clima laboral sino que llegan a afectar la percepción de las líderes o directoras sobre sí mismas, sus capacidades y méritos.
Se sabe que esta matriz de desigualdad es transversal a todos las industrias, pero ¿qué pasa en los medios digitales de la región? En Latinoamérica, casi el 38% de las personas fundadoras de las 100 organizaciones consultadas para el estudio Punto de Inflexión en 2021 fueron mujeres. Hablamos con varias de ellas y esto fue lo que encontramos.
Carmen Riera es venezolana, directora de proyectos en Runrun.es e integrante del Consejo Editorial de TalCualdigital.com. Desde 2020 es mentora dentro del programa METIS de SembraMedia y ha acompañado a distintas jóvenes fundadoras de medios digitales. Ella se define como “una torre de control que ayuda, acompaña, apoya proyectos en su despegue, aterrizaje y vuelo”.
Una de las batallas que Riera emprende junto a las líderes es lograr que sean capaces de romper con el síndrome de la impostora, un fenómeno psicológico que produce en quienes lo padecen la sensación de que nunca están a la altura de las circunstancias, que duden de sí mismas o que sean incapaces de aceptar que merecen lo que han obtenido como resultado de su trabajo.
Afecta a todas las personas, pero impacta especialmente a mujeres que ocupan cargos directivos. En ellas se traduce en falta de confianza, sensación de inseguridad y la falsa creencia de que son un fraude. “La lucha por el síndrome de la impostora es día a día”, dice Riera.
“Cuando liderás un medio abiertamente feminista, uno de los principales desafíos es que te tomen en serio en el ámbito periodístico. En el contexto centroamericano -al menos- hay una discusión muy fuerte, un reclamo hacia las mujeres periodistas que nos posicionamos como feministas”, dice Laura Aguirre, directora del medio digital feminista Alharaca de El Salvador y también parte del equipo de mentoras de METIS.
Para ella, en ciertos espacios de representación o liderazgo todavía se les exige escoger entre periodismo y activismo cuando las mujeres se autodenominan periodistas feministas, e identifica una operación construida por sus colegas varones que muchas veces estigmatizan y degradan su labor. “Quitan toda posibilidad de credibilidad, o de ejercer el oficio con rigurosidad y veracidad, por el hecho de ser activistas. Esto implica que colegas hombres que tienen influencia en el ecosistema no nos inviten a redes de periodistas, a ser parte de iniciativas o actividades”.
Desde Puerto Rico, Cristina del Mar Quiles, fundadora de Revista Todas, está de acuerdo en que existe un obstáculo estructural: “El menosprecio y la desvalorización de nuestro trabajo es un reto que persiste y que viene mucho antes de haber decidido fundar un medio de comunicación. Mis compañeras y yo estudiamos periodismo. Nunca nadie nos dijo en el camino que podíamos ser las dueñas de nuestro propio medio y que podíamos decidir cómo se iban a contar las noticias. Fue a partir de ver experiencias de la región que vimos que era posible”.
Y continúa: “Hay personas que, a pesar de lo que hicimos, de nuestros aportes, no nos toman en serio y prefieren seguir privilegiando la supuesta validación de los medios hegemónicos en nuestro país. Para nosotras es más difícil llevar adelante estos proyectos porque todavía hay gente que cree que lo hacemos de pasatiempo o voluntariamente. Empresas, fundaciones y personas que podrían apoyarnos privilegian los estilos de comunicación hegemónicos que son machistas”.
Esa subestimación no sucede únicamente hacia los medios visiblemente feministas. Desde Guatemala, Alejandra Gutiérrez Valdizán, directora y fundadora de Agencia Ocote, reflexiona sobre el tema: “Hay desafíos en términos de experiencias y conocimiento que hay que ir aprendiendo a pasos agigantados a la hora de dirigir un medio. No hay demasiadas escuelas sobre dirección de medios y una se va a haciendo de herramientas y recetas. Eso nos toca tanto a mujeres como a varones. Sin embargo, (...) existe una percepción social generalizada en la que no se toma con la misma seriedad la dirección de una mujer que la de un hombre”.
Juanita León es fundadora de La Silla Vacía, uno de los medios digitales pioneros en Latinoamérica en el cubrimiento de la política y el poder. Cuando ‘La Silla’ nació en Colombia fue una novedad en el ecosistema de medios regional, y tener una mujer a cargo también hizo parte de su atractivo. “Tenía como el gancho de las mujeres directoras. Supongo que lo hacía menos amenazante para los medios tradicionales”, recuerda León, quien actualmente hace parte de la junta directiva de SembraMedia.
Para ella hay un antes y un después de ser madre en su recorrido como líder de un medio. “El nivel de trabajo es exponencial. Incluso cuando ellos cumplen con su parte en el trabajo de paternidad y corresponsable, los primeros años son muy difíciles y demandantes”, relata. Y agrega: “Yo sentía que era la mitad de lo inteligente que antes, si antes duraba 15 minutos editando una historia ahora me demoro dos horas. Eso no les pasa a los tipos. Hay una carga mental extra en nosotras. Hay una parte de mi cerebro que está siempre pensando en tareas vinculadas al cuidado”.
La economía feminista ha visibilizado cómo los cuidados son el motor oculto de la economía y recaen mayoritariamente en personas de identidades feminizadas. Trabajo no es solo el empleo sino también el trabajo reproductivo, doméstico, de cuidado y comunitario. La asimetría en la distribución de esas tareas es una de las mayores fuentes de desigualdad entre varones, mujeres y otras identidades: algo que trasciende la brecha salarial.
Según CEPAL, en promedio, en Latinoamérica y el Caribe, las mujeres dedicamos el doble del tiempo al trabajo doméstico y de cuidados que los hombres. Esta sobrecarga y la especificidad de la maternidad es una variable obligada cuando se piensa en los liderazgos de mujeres, lesbianas y personas trans en el ecosistema de medios: son los malabares entre maternar y liderar.
Liderar proyectos periodísticos trae visibilidad en Internet, un territorio que puede llegar a ser muy hostil. En los últimos años, la violencia machista en línea creció exponencialmente y los modos en que se manifiesta se multiplicaron. Organismos internacionales y organizaciones de defensa de los derechos humanos vienen desarrollando trabajos e informes sobre su dimensión y las consecuencias en las vidas de periodistas, defensoras de los derechos humanos, activistas y políticas.
El estudio regional Violencia de género en línea hacia mujeres con voz pública. Impacto en la libertad de expresión señala que “las mujeres con incidencia en la opinión pública sufren ataques de forma persistente que tienen impactos negativos en la libertad de expresión, la participación en el debate público y, en consecuencia, en la calidad de la democracia. (…) Las consecuencias son personales (daños en la salud mental o riesgo o temor a perder el trabajo son solo un par de ejemplos), y sociales: las atacadas se retiran de la conversación y el debate público”.
Para esta investigación, a cargo de la Alianza Regional por la Libre Expresión e Información y ONU Mujeres, se hicieron 15 entrevistas en profundidad en donde las mujeres refirieron sesgos de género en las violencias que sufren en las redes sociales e Internet: mayor ensañamiento y más descalificaciones que sus colegas varones y, fundamentalmente, las amenazas de violación dirigidas hacia ellas y sus hijas e hijos.
“La amenaza de daño físico más frecuente es la de violación. Se trata de la acción disciplinadora por excelencia. Basta con decir que la amenaza opera sobre el convencimiento de que es posible. Las mujeres saben que tienen más posibilidades de ser –efectivamente– agredidas. Todas las entrevistadas, en mayor o menor grado, perciben que esto es posible fuera de la virtualidad”, dice el informe.
Otra de las frases que resuena en la cabeza de Carmen Riera cuando piensa en las fundadoras de medios que ha acompañado en este tiempo es: “No quiero que me digan jefa. No quiero mandar”.
“Cuando se juntan y crean colectivos o cooperativas de trabajo, el liderazgo como tal no existe, es compartido y eso hace que sean más cuesta arriba las cosas porque tiene que haber alguien que tome la última decisión. Muchas veces detrás de esas formas más colectivas se oculta miedo a liderar como los varones. Pero el liderazgo no necesariamente tiene que ser como lideran ellos”, dice Riera.
El temor a reproducir formas de liderazgos autoritarias y patriarcales genera rechazo y, a la vez, plantea un desafío que es un horizonte de muchas: otra forma de liderar es posible.
Para Laura Aguirre, “un reto como lideresa es no repetir las dinámicas tradicionales dentro de las redacciones. Es una pregunta que me hago a diario: cómo construir redacciones y equipos libres de violencia, respetuosas, éticas, coherentes no sólo hacia afuera sino hacia adentro”.
Sobre si existen “liderazgos feministas”, ella dice que sí. “Hay que tener apertura para equivocarse, cuestionarse, probar y volver a empezar. Democratizar los procesos de comunicación es importante, abrir espacios para la conversación, para la resolución de conflictos. En Alharaca pusimos un espacio bimensual de preguntas y respuestas de la mesa coordinadora con la equipa de reporteras y diseñadoras. Intento sentarme una vez al semestre con cada una para conocer necesidades y expectativas”, cuenta.
Aguirre comprende la necesidad de reconocer que las jerarquías, los organigramas, las estructuras, las responsabilidades legales y financieras siguen existiendo, y que “no son iguales para quienes lideran como para el resto del equipo. Pero se pueden encontrar otras formas de liderar”.
Desde Todas, Cristina del Mar Quiles coincide: “No es fácil porque requiere desaprender los estilos autoritarios que aprendimos en nuestras experiencias de trabajo anteriores y el discurso de productividad excesiva que demanda esta sociedad. El compromiso y la conciencia feminista no se le puede imponer a todo el equipo. Pero desde el liderato tiene que haber una apuesta que se tiene que dar todos los días por dejar atrás los viejos estilos y crear espacios de empatía y comprensión, de reconocimiento de privilegios y opresiones, de autocuidado colectivo y de lucha”.
El proceso no solo tiene que ver con transformar los liderazgos, también “hay otras lógicas de colaboración, de compartir conocimiento, de concebir la competencia”, rescata Alejandra Gutiérrez Valdizán de Agencia Ocote. “Hay una generosidad que está en los liderazgos de mujeres que se traduce en apostar por los liderazgos de mujeres, lesbianas, no binarixs y trans en el mismo equipo. Aunque sea por una lógica de cuota, el feminismo nos aporta una participación equitativa para tener espacios de trabajo y redacciones más diversas”, explica.