De una falla en la seguridad de los datos de la Fiscalía General de Colombia surgió “el mayor proyecto de investigación sobre crimen organizado originado en América Latina”. NarcoFiles, que fue publicado el 6 de noviembre, reunió a más de 70 periodistas y 40 medios de comunicación de 23 países para explorar una filtración de información que pone evidencia las nuevas estrategias y configuraciones globales del narcotráfico.
El proyecto fue dirigido por el OCCRP (Proyecto de Investigación sobre Corrupción y Crimen Organizado) en colaboración con el CLIP (Centro Latinoamericano de Periodismo de Investigación) y cuenta con medios asociados de nueve países de la región: Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Perú y Venezuela. Además de las organizaciones latinoamericanas, forman parte del consorcio medios de Estados Unidos y 13 países europeos.
La investigación comenzó con la filtración, publicada en octubre de 2022, de más de cinco terabytes de datos de la Fiscalía Federal de Colombia. A modo de comparación, la filtración en la que se basó la investigación de los Pandora Papers fue de 2.9 terabytes, mientras que el proyecto de los Papeles de Panamá partió de una filtración de 2.6 terabytes de datos.
La filtración fue reivindicada por la organización hackactivista Guacamaya, que en 2022 también hackeó instituciones estatales de Chile, El Salvador, México y Perú. La organización habría aprovechado una vulnerabilidad en el servidor de correo electrónico Microsoft Exchange para acceder a los datos.
Cuando se hizo pública la filtración, en noviembre de 2022, la Fiscalía colombiana declaró que había abierto “una investigación penal para esclarecer la presunta ocurrencia del evento de seguridad”.
Entre los datos filtrados de la Fiscalía colombiana había más de siete millones de correos electrónicos intercambiados por los empleados del organismo, así como documentos PDF, hojas de cálculo y audios, entre otros formatos de archivo. La información contenida en los correos y documentos se refería a investigaciones de la Fiscalía colombiana sobre delincuencia organizada, incluidas operaciones en colaboración con otros países.
“Esta es definitivamente una de las mayores filtraciones con las que hemos trabajado”, dijo Paul Radu, cofundador y director de innovación de OCCRP, a LatAm Journalism Review (LJR). La organización lleva a cabo y coordina investigaciones colaborativas transnacionales desde 2007 y, de acuerdo con Radu, este es el mayor proyecto de este tipo que se ha originado en América Latina.
“Tras los Papeles de Panamá y nuestras investigaciones sobre los ‘lavanderías’, todos estaban enfocados en los delitos financieros: offshores, facilitadores y este tipo de estructuras financieras que están detrás de gran parte de la corrupción en el mundo. Pero no había investigaciones a gran escala sobre la delincuencia organizada. Hemos trabajado con la delincuencia organizada durante mucho tiempo y hemos llevado a cabo muchos proyectos, pero nunca a esta escala”, dijo.
En el momento de la filtración, los datos se compartieron con el OCCRP y con algunos medios de comunicación colombianos, entre ellos Cerosetenta y Vorágine, que forman parte del proyecto NarcoFiles. Aunque algunos medios de comunicación de ese país publicaron reportajes basados en los datos inmediatamente después de la filtración, el OCCRP, la CLIP, Cerosetenta y Vorágine decidieron conjuntamente profundizar en los datos y llevar a cabo una investigación colaborativa transnacional basada en las pistas de los documentos filtrados.
“La visión nuestra era que esto no puede ser otra historia más sobre coca y los colombianos, y los mexicanos, y la coca otra vez, porque ya estamos aburridos”, explicó a LJR María Teresa Ronderos, directora del CLIP. “Teníamos que mostrar realmente cómo opera el crimen organizado, no solamente mirando el origen, como siempre, sino que había que mirar todo el panorama. Como ellos [OCCRP] tienen muchísimos aliados en Europa, salieron a buscar a sus aliados europeos, porque encontramos que gran parte de la cocaína y las rutas y todo lo que encontramos allí iba para Europa”.
OCCRP y CLIP también invitaron a sus socios en América Latina -medios de comunicación y periodistas con los que las dos organizaciones ya habían trabajado en otras investigaciones.
“Armamos un grupo en América Latina bastante grande de periodistas muy seleccionados, porque queríamos gente súper seria, investigadora, responsable. Tener acceso a eso implica una responsabilidad gigantesca, porque ahí había información muy delicada de investigaciones en curso, teléfonos, emails, nombres de investigadores, de agentes... No podíamos sino trabajar con la mejor gente. Igual generalmente hay gente muy seria en el continente, pero especialmente para esto escogimos gente que ya conociéramos por su seriedad”, dijo Ronderos.
Uno de estos socios fue Ojo Público, cuyo equipo dedicado al proyecto estuvo dirigido por Nelly Luna Amancio, directora periodística del medio peruano, quien también destacó la importancia de la confianza mutua entre los socios a la hora de tratar los datos sensibles contenidos en la filtración de la Fiscalía colombiana.
“No toda la información que contiene la filtración tiene el peso de relevancia pública”, dijo Luna a LJR. “La idea era trabajar con socios con los que ya había cierto tipo de confianza, y como pasa con muchos otros proyectos colaborativos, la confianza fue la base también de por qué compartir la información con tanto socios y al mismo tiempo la honestidad de aproximarnos a los documentos para luego continuar investigándolos con un reporteo tradicional”.
Ante esta “filtración monumental”, como la calificó Ronderos, era imprescindible crear una metodología para acceder a los datos y facilitar la exploración a los periodistas implicados en la investigación. Esta labor fue llevada a cabo por el equipo del OCCRP, explicó.
“Uno no puede entrar a una cosa así y buscar documento por documento porque te vuelves loco. Entonces había que sistematizar, clasificar, ordenar por temas, para que a la gente le quedara más fácil [trabajar]”, dijo Ronderos, quien subrayó que la filtración era sólo “la base” de las investigaciones llevadas a cabo por el proyecto.
Radu expresó la misma idea.
“La filtración es sólo un pretexto para esta colaboración”, dijo. “Nos dio un punto de entrada a este mundo, pero a partir de ahí utilizamos muchas más bases de datos de varios lugares, y eso nos dio acceso a más historias”.
En casi un año de trabajo, los periodistas partieron de la información presente en la filtración y consultaron diversas bases de datos y documentos, presentaron solicitudes de acceso a información en varios países y entrevistaron a cientos de personas.
“En algunas historias la gente fue a dos, tres, cuatro países, o sea, hubo gente que fue a muchos países para poder documentar bien una historia”, dijo Ronderos. “Se investigó, se habló con expertos, se habló con la policía, se habló con organizaciones y entidades de seguridad de varios países, se habló en algunos casos incluso con algunos de los criminales. [...] Así hemos recopilado una cantidad de información muchísimo más allá de lo que estaba en la filtración”.
Este trabajo ha dado lugar a “más de 50 reportajes”, explicó Ronderos, que se han publicado en medios de comunicación asociados y en los sitios web de OCCRP y CLIP. Los reportajes hablan del traslado de la producción de cocaína desde Colombia, Perú y Bolivia a Centroamérica y Norteamérica -Guatemala, Honduras y México; de nuevos laboratorios de producción de cocaína en países como Países Bajos y Bélgica; de la exportación del expertise colombiano en la producción de la droga, con “cocineros” de coca colombianos enviados a Europa, entre otras decenas de temas que hablan de la presencia global y articulada del crimen organizado.
Para Luna, los informes de NarcoFiles permiten “entender una forma de criminalidad organizada urbana, con una alta capacidad de adaptación a las nuevas formas de persecución de las autoridades y sobre todo con un amplio poder de armas y económico”.
“Es una nueva forma también que nos enseñan los periodistas de cómo podemos incorporar nuevas metodologías para entender estas organizaciones que cada vez son más multinacionales y más sofisticadas en su accionar. Aunque sigan utilizando la violencia urbana, el sicariato, esos viejos delitos, la estructura que ampara a estos crímenes ahora es mucho más compleja, sofisticada y violenta”, afirmó.
Y dada la complejidad, sofisticación y violencia de la delincuencia organizada, una de las lecciones aprendidas de esta colaboración fue la relevancia de la cuestión de la seguridad de los periodistas, dijo Luna.
“Hemos tenido muchas conversaciones con el equipo sobre como proteger a nosotros mismos a nivel digital y físico, porque estamos hablando de organizaciones muy poderosas. Parte también del aprendizaje, cuando uno se aproxima a estos temas, es cuidar el equipo, cuidarse uno mismo, replantearnos nuestros mecanismos de defensa cuando estamos en las calles, no asumir que porque estamos publicando en conjunto hay una única forma de protegernos. En esta capacidad de adaptación increíble que tiene el crimen, nosotros somos los enemigos en tratar de exponerlos”, afirmó.
Al igual que en otros proyectos transnacionales llevados a cabo por OCCRP y CLIP, la colaboración entre periodistas de distintos países se llevó a cabo en su mayor parte a distancia. En este proyecto, sin embargo, hubo un encuentro presencial en Panamá con una veintena de periodistas, en su mayoría latinoamericanos, que se reunieron a principios de año en una especie de “redacción exprés” dedicada a NarcoFiles. Durante los días que pasaron juntos, los periodistas compartieron sus hallazgos hasta esa fecha y forjaron colaboraciones.
“Ahí empezaron a verse las historias, y obviamente cuando la gente se conoce en persona, si no se había conocido antes, surge la colaboración. La gente empezó a colaborar, a intercambiarse [información] y de ahí ya salieron alianzas. Vas a ver que varias de las historias están firmadas por uno de CLIP, uno de OCCRP, uno de Quinto Elemento en México, uno de no sé dónde… Empezamos todos a colaborar con todos”, explicó Ronderos.
A partir de ahí, siguió la coordinación de las investigaciones en colaboración, llevada a cabo principalmente por el OCCRP con el apoyo de CLIP. Ronderos cree que el primer reto en un proyecto de esta magnitud es precisamente la coordinación: “coordinar a toda esta gente para que tenga la libertad para trabajar como quiera, con sus propios parámetros de sus editores y de su medio, pero al mismo tiempo estarla apoyando, estar pendiente, estar sabiendo como están y cómo van avanzando en una historia”.
Otro reto, dijo, es la comunicación, atravesada por las diferencias culturales entre latinoamericanos de distintos países, y más aún entre periodistas de distintos continentes. Los coordinadores también deben “no perder de vista a nadie, tener a todo el mundo en el radar” y fomentar el entusiasmo del equipo por el proyecto, dijo Ronderos.
“Hubo gente que empezó, que se entusiasmó, que participó al principio y después ya no siguieron, por razones, me imagino, de sus propias urgencias y necesidades editoriales. [...] Es difícil, pues también la gente se desanima, se olvida [de la investigación]. En un proyecto con tan largo plazo hay que mantener vivo el proyecto y mantener a la gente informada y entusiasmada”, explicó.
El último gran reto de la coordinación, según Ronderos, es poner fin a las investigaciones y los reportajes.
“Todo artículo es susceptible de ser corregido 150 mil veces más y mejorar, y mejorar infinitamente. Entonces también hay que ponerle un quieto y decir ‘se hace hasta este día, vamos a cerrar’”, explicó. Esto se debe también a que, una vez finalizados los reportajes, aún quedan las fases de edición, revisión jurídica y producción de elementos gráficos, por ejemplo, recordó Ronderos.
Según Radu, el OCCRP lleva 15 años trabajando en el desarrollo de “tecnología para la colaboración”.
“Hablo de plataformas tecnológicas que ayudan a las colaboraciones, pero lo más importante son las personas. Editores de investigación que sepan liderar una colaboración e inspirar a la gente en una colaboración”, dijo, destacando el trabajo del equipo de OCCRP en América Latina, dirigido por el periodista Nathan Jaccard, residente en Colombia.
La coordinación debe responder “muy rápidamente” a todas las necesidades de los periodistas que participan en la colaboración, señaló.
“Durante el desarrollo del proyecto, durante la publicación y después de la publicación, hay que asegurarse de que los colaboradores estén seguros y puedan seguir trabajando. Así que no se trata de un acto puntual, de hacer esto y luego dejar a cada uno por su cuenta. Se trata del espíritu de colaboración, de cuidar la colaboración incluso después de haberla publicado [...] La colaboración no es un juego de una sola vez. Es un juego a largo plazo”, dijo.
Radu espera que los periodistas de investigación de todo el mundo decidan dedicarse a investigar la delincuencia organizada transnacional desde sus localidades, estableciendo las conexiones con los movimientos globales cartografiados por NarcoFiles.
Los periodistas también esperan que este espíritu de colaboración inspire a las autoridades de distintos países a cooperar en la lucha contra la delincuencia organizada a escala regional y mundial.
“Lo que el periodismo está haciendo ahora es aproximarse a estos temas desde una narrativa latinoamericana, desde una mirada transfronteriza, porque estos criminales han entendido mucho mejor que los Estados los flujos económicos y de la operación de sus negocios ilegales”, dijo Luna.
“No hay un diálogo real sobre cómo enfrentar la lucha antidrogas en el mundo. Nadie quiere aceptar que es evidente que no ha funcionado la estrategia como se viene impulsando hasta ahora. Creo que [NarcoFiles] abre las puertas en la necesidad de cómo encaramos desde una respuesta más regional organizaciones que son transfronterizas, porque la policía o los militares con su miradas territoriales no van a lograr derrotarlas, porque se mueven muy rápidamente y tienen una capacidad para desplazarse que antes no se había visto”.