Hasta el día de hoy, después de más de 30 años de una exitosa carrera, el periodista venezolano Boris Muñoz se pregunta si debería haber seguido los pasos de su madre y haber estudiado medicina. Inspirado por su padre poeta, que publicó textos en la prensa venezolana, estudió comunicación social. Una decisión más que acertada y reconocida este año por el Premio Maria Moors Cabot, anunciado en julio.
Antes de ser editor de opinión para The New York Times en español, Muñoz trabajó como periodista de investigación, cronista y columnista. Fue corresponsal en Nueva York de El Nacional, Venezuela, editor en jefe de la revista Nueva Sociedad y director editorial de la revista de periodismo de investigación Exceso.
En 2010, recibió una beca de la Fundación Nieman. A lo largo de su carrera, el periodista ha escrito libros como “La ley de la calle” y “Despachos del Imperio”, entre otros.
“Como editor de opinión de The New York Times en Español, Boris Muñoz ha llevado voces frescas, vibrantes y diversas a sus páginas. Los innovadores esfuerzos de Muñoz también han resultado en la proliferación de opiniones latinoamericanas en el periódico en inglés”, dijo el comunicado de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia, que ofrece el premio.
Sin embargo, dos meses después, Muñoz se sorprendió por la decisión del periódico de finalizar la edición en español.
“Hay nuevas publicaciones siguiendo la senda que abrimos en The New York Times en Español. Espero que ellos, me refiero a los grandes medios con músculo económico y ambición regional y global, puedan continuar con la desafiante tarea de crear una esfera pública realmente latinoamericana”, dijo Muñoz.
El Centro Knight habló con Muñoz sobre su carrera y el estado actual del periodismo en América Latina. A pesar de la crisis del modelo económico que ha cerrado varios medios, el periodista es optimista: “El periodismo latinoamericano se encuentra en uno de sus mejores momentos. Pese a la crisis económica de los grandes medios producto de la irrupción de internet, pocas veces antes se había hecho un periodismo tan diverso y de tanto nivel a través de toda la región”, dijo Muñoz.
Centro Knight: ¿Cuándo y por qué decidiste ingresar al periodismo?
Boris Muñoz: Contaré la versión corta de una historia larga. A los 16 años deambulaba por los pasillos de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde mi mamá era profesora de histología en la Facultad de Medicina. Yo soy un universitario de nacimiento, pues hice todos mis estudios, desde pre kindergarden (o maternal) hasta la carrera de periodismo, en escuelas que eran parte de la UCV. Nunca tuve dudas de que haría mi pregrado en la UCV. La idea de asistir a una universidad privada jamás me cruzó por la cabeza.
Pero a los 16, cuando en aquel tiempo los estudiantes venezolanos deben decidir qué carrera tomarán, me vi frente al dilema de escoger la carrera de medicina siguiendo el ejemplo o el de postular a letras siguiendo el de mi padre, un poeta alucinado. Mi desilusionada madre me advirtió que si estudiaba letras “comería papeles” y sería un intelectual en un país anti-intelectual, que veía a sus escritores y artistas, como diletantes o bohemios perdidos buenos para nada. Pero mi papá escribía para la prensa y tenía amigos que también lo hacían y eran ellos los que en alguna medida le daban forma a la conversación pública en la Venezuela de los años 70 y 80 donde crecí. De modo que para calmar las preocupaciones de mi madre sobre mi capacidad de sobrevivir en el futuro y estar bien con la memoria de mi padre, quien para entonces ya había muerto, aposté por lo que al final sería un camino para mí mismo. La planilla para el ingreso de la universidad ofrecía tres opciones en orden de importancia.
Yo seleccioné primero Medicina, segundo Comunicación Social y tercero Letras. Fue como jugar a la lotería. Sabía que mi promedio de notas no era lo suficientemente fuerte para entrar a la facultad de medicina, aunque los hijos de empleados y profesores teníamos derecho a un cupo en las carreras más competidas gracias a un convenio interno de la UCV. Esa es la historia de mi decisión.
Al tercer año de la carrera de periodismo, me entró un aburrimiento trascendental. Me parecía un sinsentido ser periodista. Fue, supongo ahora, una pequeña crisis vocacional que resolví tomando clases como oyente en la escuela de Letras. Fue solo allí, cuando la vertiente humanista de la literatura con la utilitaria del periodismo se unieron, que escribir y ser periodista comenzó a cobrar sentido para mí. La intersección entre el periodismo y la literatura la que me llevó a la crónica, mi forma literario-periodística favorita. Luego completé esa formación intelectual y periodística guiado por Susana Rotker y Tomás Eloy Martínez, dos figuras esenciales en mi vida. Sin embargo, hasta el sol de hoy me pregunto si no habría sido mejor estudiar medicina siguiendo los dictados de mi madre. De hecho, por mucho tiempo y hasta que me di cuenta que ya era demasiado tarde, tuve la fantasía de abandonar el periodismo para ser médico.
CK: Cuando piensas en todas las personas que has entrevistado y en todas las historias que has cubierto, ¿cuáles fueron las más interesantes o cuáles aprendiste más?
BM: Es una pregunta que abarca casi 30 años de carrera y miles de páginas de entrevistas, crónicas y reportajes. He entrevistado a personalidades fascinantes que marcaron mi adolescencia y me influyeron intelectual y literariamente como Gabriel García Márquez, Umberto Eco y el poeta Octavio Paz. Mi primera entrevista de estudiante fue al gran poeta venezolano Vicente Gerbasi. Y guardo recuerdos entrañables de mis entrevistas con muchos escritores y pensadores.
Pero las historias que más me han interesado fueron las de los jóvenes marginados y violentos que entrevisté para “La ley de la calle”, mi primer libro. Ninguno llegaba a la mayoría de edad y ya contabilizaban varios muertos en su prontuario. No olvido a un niño de 11 ó 12 años, quien había cometido cuatro asesinatos. Conocer qué había detrás de la vida violenta de esos jóvenes marcó mi carrera. Yo tenía 25 años cuando entendí que el periodismo también podía aportar muchos elementos para comprender una realidad opaca como lo era la de las traumáticas experiencias de aquellos muchachos cuyas biografías compartían denominadores comunes: pobreza, violencia intrafamiliar y social, falta de atención, educación y amor en hogares rotos. No habían pasado dos años de las entrevistas y muchos de ellos ya habían muerto a causa de su estilo de vida siempre al borde de la ley y de la muerte, en un ambiente muy marginal que anticipaba la Venezuela apocalíptica de hoy.
En los años que cubrí el chavismo en Venezuela, hice muchas entrevistas con seguidores de Chávez que me resultaban muy interesantes por la fascinación casi religiosa que mostraban por Chávez y que en casi todos los casos dependía de algún tipo de favor o promesa que los unía al líder. Me di cuenta de que la fuerza del populismo radica en un pacto simbólico entre un líder que promete un sueño utópico y una población que entrega su voluntad y autonomía individual seducida por esa fantasía.
En el funeral de Chávez, me encontré con una mujer pobrísima que confesaba ser la amante de Chávez. Supuestamente se había casado con él a escondidas y mantenido por años una relación secreta. Chávez, decía ella, le había regalado un enorme corazón de rosas en su boda. Contó incluso supuestas escapadas eróticas; habían pasado la luna de miel en un palafito del Lago de Maracaibo. No pude corroborar nunca esta historia, pero la mujer parecía estar en una especie de rapto o trance divino. Al llegar al ataúd, se derribó sobre el cristal que protegía el cadáver de Chávez y le prometió amor eterno. Se trata, desde luego, de un pacto faústico porque al final el progreso material del pueblo en el populismo suele ser limitado y el precio que se paga es la destrucción total de la civilidad y el bien común. Al menos así ha sucedido en Venezuela. En ese sentido, reportear el chavismo ha sido una gran escuela para entender un mundo que parece haber caído bajo el hechizo populista.
CK: ¿Cuál es la historia más interesante que has editado o escrito últimamente?
BM: Trabajar con los autores para darle forma a sus historias (en muchos casos son opiniones pero también narraciones) me ha dado una enorme satisfacción y no puedo singularizar sin sentirme terriblemente injusto. No son mis historias, sino las de los autores, muchos de ellos amigos antiguos o recientes con los que he tenido el gran gusto de intercambiar ideas y a veces trabajar codo a codo. Sin embargo, me atrevo a decir que, en mayor o menor grado, en algunos o muchos de esos artículos, hay algo de mis propios intereses y pasiones. Entre centenares escojo solo un puñado:
Sobre mí, he escrito poco últimamente, pero regresaré pronto.
CK: ¿Cuál es la historia más importante en las Américas hoy?
BM: El apocalipsis venezolano. Por su profundidad, extensión y efecto radioactivo. En segundo lugar, aunque se trate de un problema de múltiples y enormes consecuencias, la locura política en países como Estados Unidos y Brasil, donde una derecha moralmente corrupta ha tomado el poder y no parece tener intenciones de abandonarlo sin alterar el orden institucional para perpetuarse y seguir destruyendo la democracia. Después de eso hay muchas otras historias fascinantes que necesitan contarse: las migraciones desde del triángulo norte, la precaria paz de Colombia, el futuro del Amazonas, la devastadora influencia de la corrupción política, económica y el crimen organizado. Y las historias de la gente de a pie, las de la belleza y el ingenio latinoamericano. Y es por todas estas historias que esperan ser contadas que el periodismo siempre debe estar despierto.
CK: ¿Cuál fue el peor error que cometiste en tu carrera y qué lección aprendiste de él?
BM: Sería tonto y mentiroso decir que no he cometido errores. Pero lo peor que puede hacer un periodista es creer que sabe algo de manera definitiva. No apunto los errores que cometo en una libreta, pero aprendí mucho del primer error que cometí. Mi primer trabajo, profesionalmente hablando, fue como redactor en el suplemento Letra G del diario El Globo, en Caracas a principios de los 90. Una vez fui a hacer una crónica trivial sobre un grupo de políticos de distintas tendencias que se reunían todos los sábados a jugar bolas criollas. Nunca pude saber si fui víctima de manipulación o simplemente cometí una pifia, pero apunté en mi libreta que un exministro que formaba parte del grupo tenía deudas con la justicia. Al día siguiente de publicarse el artículo, el hombre apareció en la redacción demandando la corrección inmediata de ese error. Por suerte, no me costó el cargo. Ewald Scharfenberg, mi jefe entonces y ganador de una mención del Cabot 2019 [por Armando.info], ofreció disculpas por mi error y publicó una breve corrección.
El incidente no trascendió pero me hizo entender que la verificación de datos junto con la buena investigación y una presentación atractiva y bien pensada de la información son la columna vertebral del periodismo. El periodismo es un oficio peligroso y está asediado a cada instante por errores de todo tipo. No hay moraleja definitiva de esta historia, pero sí hay una lección: hay que cultivar la precisión con un compromiso obsesivo. Como dijo Ryzsard Kapuściński: “los cínicos no sirven para este oficio”. Y yo añadiría: solo los paranoicos sobreviven.
CK: En los últimos años, el estado de los medios en Venezuela se ha vuelto cada vez más desafiante. ¿Cuál es su visión para el futuro cercano del periodismo en su país de origen?
BM: Es difícil ser optimista al hablar de Venezuela. Pero el periodismo es uno de los campos que me parecen más promisorios. El saldo de la guerra mediática durante los primeros 15 años del chavismo fue la destrucción casi total del ecosistema de medios que se había creado en el siglo XX, incluyendo los principales diarios, los mayores canales de televisión y las cadenas de radio de más penetración (aunque algunas todavía existan, no son la sombra de lo que fueron). Pero en la última década ha surgido una nueva generación de medios, mutaciones resultado de las posibilidades digitales en conexión con las dinámicas de todo tipo creadas por el chavismo. Lo más interesante se ve en portales como Armando.info, Efecto Cocuyo, Prodavinci, Runrunes, La Vida de Nos, que exploran una diversidad de géneros y recursos técnicos del periodismo actual que van desde el periodismo de investigación y de datos, hasta el testimonio, la crónica y el micro blogging en redes sociales.
En ese sentido, tengo grandes esperanzas en el futuro del periodismo venezolano. Quienes lo sacarán adelante provienen de generaciones que han luchado contra los obstáculos más brutales, incluyendo la destrucción del espacio público, la censura oficial y la autocensura, la desinformación, las noticias falsas, la debacle económica y la persecución política. Podemos entonces hablar de un nuevo periodismo venezolano. Ese periodismo sin miedo y sin demasiadas ataduras con el poder, será esencial en la reconstrucción de Venezuela.
CK: Su trabajo en The New York Times en Español fue destacado por el jurado del premio. ¿Qué siente sobre la decisión de finalizar la publicación?
BM: Obviamente ha sido un golpe sorpresivo y muy duro para quienes hacíamos The New York Times en Español. El cierre de nuestras operaciones autónomas tendrá un impacto negativo en la incipiente conformación de un debate de escala latinoamericana de los problemas nacionales y regionales. Llevábamos tres años en un esfuerzo sostenido por elevar el nivel de la conversación con una cobertura exigente y perspectivas que ayudaran a cortar a través del ruido de nuestros atribulados países. Ahora ese esfuerzo ha quedado truncado. Sin embargo, hay nuevas publicaciones siguiendo la senda que abrimos en The New York Times en Español.
Espero que ellos, me refiero a los grandes medios con músculo económico y ambición regional y global, puedan continuar con la desafiante tarea de crear una esfera pública realmente latinoamericana. Para eso deben primero cobrar plena conciencia de que el periodismo latinoamericano se encuentra en uno de sus mejores momentos. Pese a la crisis económica de los grandes medios producto de la irrupción de internet, pocas veces antes se había hecho un periodismo tan diverso y de tanto nivel en toda la región. Esa diversidad es una fuente de la que deben alimentarse los medios con amplitud regional para ampliar el impacto y resonancia de sus coberturas. Ofrezco una clave producto de la experiencia: combinar el conocimiento y los altos estándares del periodismo de calidad internacional con el gran talento de los periodistas de habla hispana.
CK: ¿Qué significa para ti recibir este premio?
BM: Cito a Nicanor Parra, el poeta sabio:
“Los premios son
Como las Dulcineas del Toboso
Mientras +pensamos en ellas
+lejanas
+sordas
+enigmáticas
Los premios son para los espíritus libres
Y los amigos del jurado”.
Pero ha recaído sobre mí el premio Maria Moors Cabot y lo recibo con humildad en nombre del equipo que durante tres años y siete meses forjó The New York Times en Español. El Cabot alimenta la tradición de premiar a periodistas de primer nivel, quienes en buena medida, han definido el tono, la altura y alcance de los debates en los que han participado y participan en sus respectivos países y más allá de las fronteras nacionales. Es un premio que reconoce el esfuerzo por defender la libertad de prensa, la democracia y el entendimiento interamericano. Para mí es evidentemente un gran honor formar parte desde ahora de la estirpe que representan venezolanos grandemente admirados por mí como Teodoro Petkoff, Monseñor Jesús María Pellín y Ramón J. Velásquez. O intelectuales y periodistas de la talla de Mario Vargas Llosa, Carmen Aristegui, Gustavo Gorriti, Ginger Thompson, Jorge Ramos, y amigos cercanos míos como Martín Caparrós, Carlos Dada y Jon Lee Anderson, tres maestros del periodismo actual. ¿Se puede aspirar a mejor compañía?