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“Hay que seguir trabajando en denunciar y reducir la censura actual, sin inmolarse”: 5 preguntas para el ciberactivista y periodista venezolano Luis Carlos Díaz

Cualquier persona que se desenvuelva dentro del ecosistema de redes sociales en Venezuela conoce quién es Luis Carlos Díaz.  El ciberactivista y periodista venezolano-español, que se cataloga como “hijo de internet”, demostró el poder de tejer redes en internet cuando sufrió una desaparición forzosa en 2019. 

El 11 de marzo de 2019, mientras los venezolanos se recuperaban del apagón que desconectó al país entero por varios días, Díaz no llegó a su trabajo en la emisora Unión Radio en Caracas. Su esposa, la activista y escritora Naky Soto, activó en redes sociales una campaña con la etiqueta #DóndeEstáLuisCarlos que fue tendencia en 12 países distintos. 

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(Foto: Ram Martínez)

El periodista había sido detenido por funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), la policía política de Venezuela,  por presuntamente estar involucrado en el apagón nacional. La prueba usada en su contra fue un video publicado tres semanas antes donde Díaz y su esposa explicaban a su audiencia cómo mantenerse comunicados en caso de un posible blackout de Internet en el país.

Mientras se llevaba a cabo una fuerte campaña en redes sociales por su liberación, Díaz fue excarcelado al día siguiente de su detención pero recibió medidas cautelares que se mantuvieron hasta el 1 de febrero de 2022, cuando su caso fue archivado. Durante casi tres años, el periodista vivió bajo régimen de presentación que incluye presentación ante tribunales cada ocho días,  prohibición de salida del país, de participar en concentraciones y de declarar sobre lo sucedido. 

LatAm Journalism Review (LJR) invitó a Luis Carlos Díaz a participar en la serie “5 preguntas” para conocer más sobre su caso, sus planes a futuro, y entender la situación de los medios de comunicación y el periodismo en la Venezuela actual. 

(*Esta entrevista fue editada por motivos de extensión)

 

LJR: Venezuela ha quedado un poco de lado del escenario mediático latinoamericano debido a la pandemia del COVID-19, la ligera estabilidad económica que está viviendo y las crisis de otros países de la región. ¿Cómo describirías el ser periodista actualmente en Venezuela?

Luis Carlos Díaz (LC): Vivimos un período de paz negativa. Un periodista está condenado a ver cómo pasa todo al mismo tiempo, pero solo puede contar algunas cosas. Después de años de conflicto, la parte más fuerte se impuso usando la represión, la censura y prácticas de terrorismo de Estado, hasta aplastar a buena parte de la sociedad. Tras secuestrar todas las instituciones y aumentar el control social sobre la población, los venezolanos vivimos en las ruinas y ahora también desplazados del foco de atención del mundo. En esta falsa paz ha habido reacomodos económicos, domesticación política [personas originalmente de la oposición que acaban colaborando con el gobierno para coexistir o sobrevivir]  y muchas complicidades dentro y fuera del país  [en relación con la respuesta o la falta de ella por parte de la comunidad internacional], porque al disminuir las posibilidades de desafiar al poder para recuperar la democracia, algunos actores han escogido el cinismo para seguir viviendo en estas nuevas condiciones. Otros siguen perseguidos, exiliados, vetados o bajo amenaza.

Esta paz negativa es silenciamiento y censura. En Venezuela desaparecieron los periódicos y quedan muy pocos espacios independientes o críticos en radio y televisión. Las principales páginas web están bloqueadas por el Estado y decenas de personas hemos tenido procedimientos judiciales abiertos por contenidos publicados en Internet. El daño no ha parado.

 

LJR: Eres periodista pero también activista.  ¿Hasta dónde se puede hacer activismo desde el periodismo? ¿Consideras que ambas son compatibles?

LC: Siempre me presento como ciberactivista y lo mantengo. Me crié en internet. Ha sido mi espacio de desarrollo desde antes de entrar a la universidad y doy clases de alfabetización digital y estrategias de comunicación desde hace casi 20 años. Haciendo eso he podido viajar a decenas de países, más de los que he recorrido por ser periodista. Trabajo por el derecho a una internet libre y me preocupo por defender la libertad de expresión en línea, la seguridad digital y las capacidades que tiene la población de organizarse, estar informada y burlar la censura. Ese es mi activismo y no veo ningún conflicto entre eso y el periodismo. Todo lo contrario: me ha servido para formar a muchísimos medios de comunicación e incontables organizaciones no gubernamentales (ONG) dentro y fuera de Venezuela. 

 

LJR: Siempre has hablado de la importancia de las redes sociales para hacer ciudadanía y crear comunidad. ¿Qué peso tuvo tu red de seguidores en el desenvolvimiento de tu detención y las medidas cautelares que se te impusieron posteriormente?

LC: Mientras estuve detenido pensaba en dos cosas: quién cuidaría a mi esposa, que llevaba más de seis meses en tratamiento para el cáncer, y cómo harían mis amigos para enterarse. A mí no me tenían detenido en una comisaría, como pudiera pensar el lector promedio, sino que me tenían desaparecido, incomunicado y encapuchado en un centro clandestino de torturas. Una misión de la ONU ha determinado que hay varios en Caracas. Allí me preocupaba quién podría avisarle a quién, cuándo me extrañarían porque no llegué a la guardia nocturna en la radio ni a mi casa, cómo se comunicaría la gente si el país tenía ya cinco días de apagón acumulado o si habría algún eco en el exterior. En mi cabeza repasaba a toda la gente que conocía y sentía que sin electricidad todos esos focos estarían apagados. Pero en realidad se encendieron porque consiguieron conectarse y actuar. Están desde los que rezaron en sus distintas religiones hasta los que le reventaron el teléfono a llamadas a distintos embajadores e incluso a personas del chavismo para pedir por mí.

Solo en 2017 reporté para más de 15 medios de comunicación en el exterior durante las protestas. Todos ellos me recordaron. He estado tres veces en el foro de periodismo del Knight Center en Austin y me preguntaba si alguien le informaría a Rosental Alves (pues resulta que lo supo y le avisó a la región). También en el Parlamento Europeo levantaron la voz por mí, mientras estaba tirado en una celda mugrienta. La oficina de la Alta Comisionada de DDHH de la ONU recibió la información de mis compañeros defensores de derechos humanos y desde allí presionaron.

Luego muchos más fueron a Fiscalía a protestar por mí, aunque llevaran días a oscuras. Las ONG, las radios de guardia, las obras de la Iglesia [Jesuitas] con las que trabajé durante años, y hasta los padres de mis compañeritos del colegio protestaron en Charallave [Ciudad dormitorio de Caracas] aunque mis padres ya no vivían allí. Ese día fui el hijo, el sobrino y el nieto de mucha gente, y eso fue una demostración del poder de las redes, de nuestra capacidad para tejerlas y vincularnos. Porque tampoco internet se calló. Alumnos, seguidores y amigos se activaron. ¿Quién me sacó de la prisión? Todos juntos. No hay otra explicación. Pero en Venezuela aún quedan centenares de presos políticos y casi 10.000 personas se mantienen con medidas cautelares en tribunales. 

Para mí esa red significó no solo mi libertad sino también el acompañamiento en los años posteriores, porque le han dado sentido a mi vida. La red para mí es casi lo mismo que para un equilibrista en el circo: es la que te sostiene cuando te caes. A tanta gente solo le puedo retribuir trabajando.

 

LJR: El día que archivaron en tribunales el caso en tu contra escribiste lo siguiente en Twitter “significa que logramos el cese de las medidas que restringían mi libertad y afectaron mi vida y la de mi familia, pero aún sigo en riesgo”. ¿Por qué a pesar de los riesgos decides continuar en Venezuela?

LC: Porque nos da la gana. Y si algún día nos vamos espero que también sea porque nos dé la gana. No porque nos exilien, como ha sufrido tanta gente querida. El exilio es otra cárcel dolorosa. Pero más en concreto, decidimos quedarnos porque aquí están los médicos que han tratado a mi esposa. No tenía sentido salir por la frontera después de haber sido robados, perseguidos y en una situación tan vulnerable. También nos quedamos porque aquí está nuestra casa y nuestro proyecto de vida. Soy español, tengo la posibilidad de radicarme en Europa, pero las cosas que quiero hacer, los conflictos que quiero denunciar y resolver, están aquí. Siento que estos problemas son mi problema, y seguiré insistiendo en hacer todo lo posible por construir una solución o al menos reportarla. 

Algo que no teníamos en 2019 y que ahora sí tiene Venezuela es una Misión de Determinación de los Hechos en la ONU, recabando casos, y una investigación por crímenes de lesa humanidad abierta en la Corte Penal Internacional. Es un camino que tomará años, pero es importante que lo sigamos recorriendo para tener justicia y paz. 

 

LJR: Estuviste silenciado durante tres años. ¿Qué tiene pensado Luis Carlos Díaz para su nuevo futuro en libertad?

LC: Trabajo en varias capas para no aburrirme. También porque no conozco a nadie que tenga un solo trabajo y pueda vivir de eso en Venezuela. Estoy por presentar una investigación sobre periodismo y justicia transicional [medidas judiciales y políticas utilizadas como reparación por las violaciones masivas de derechos humanos] que me va a permitir pensar en el futuro, en los retos que tendremos en un proceso de justicia transicional a la venezolana. Luego quisiera conectar eso con justicia penal internacional, porque Venezuela es el único país de América Latina con una investigación en la Corte Penal Internacional, así que tendremos que aprender de las experiencias de países lejanos. Es una línea en la que debemos trabajar para ser traductores de lo complejo.

Al mismo tiempo, sigo ayudando a fortalecer el trabajo de organizaciones defensoras de derechos humanos y medios en Venezuela. Tenemos un contexto hostil que ya es problemático para trabajar, pero que amenaza en convertirse en un desastre como el de Nicaragua. Necesitamos estrategias de contención para no llegar a ese escenario, ni el de México, Honduras o Colombia, que son peligrosos para periodistas y defensores [de derechos humanos]. Sin embargo, esta falsa paz de Venezuela también es inaceptable y además genera un daño social enorme. Por eso hay que seguir trabajando en denunciar y reducir la censura actual, sin inmolarse.

También conservo mis espacios de felicidad. Desde 2018 mantengo un proyecto llamado La Cátedra del Pop, con el que hago radio, TV y contenidos digitales sobre series, películas, videojuegos, libros, comics, memes, arte y cultura. Y por último: tengo acumulados muchos viajes. Las prohibiciones del tribunal me hicieron perder oficialmente ocho viajes, una beca, conferencias, trabajos, contactos, ingresos económicos e incluso la posibilidad de visitar a mi familia cuando atravesó una emergencia médica. Muchas de esas cosas no se pueden recuperar, pero sí sé que puedo trabajar de aquí en adelante y lograr otras nuevas.

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