Una herida viva de la historia de Chile, el golpe de Estado que derrocó al gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende para imponer una dictadura de 17 años afectó también a la prensa del país. Bombardeados, encarcelados, obligados a la censura, la tortura, el exilio y la muerte, los periodistas chilenos lucharon, sin embargo, por contar versiones de los hechos incómodas para los usurpadores del poder.
En el 50 aniversario del golpe, que se cumplió este lunes, recordar cómo vivieron los periodistas chilenos aquella jornada del 11 de septiembre de 1973 es también recordar ejemplos de tenacidad, coraje y desconcierto ante la llegada del autoritarismo. En medio de cohetes lanzados contra las redacciones y tanques en las calles, los profesionales de la prensa lucharon por mantener sus radios en el aire, informar desde las cercanías del Palacio de La Moneda y salvar grabaciones con registros históricos.
Parte de estos relatos se pueden encontrar en el libro "Mi 11 de Septiembre: 24 periodistas relatan su vivencia", de Lom Ediciones, lanzado en 2017 y reeditado con motivo del 50 aniversario del golpe. El libro recoge 24 relatos de periodistas chilenos de izquierda que recuerdan uno de los días más decisivos de la historia del país. En palabras de su editor, Leonardo Cáceres C., en el prefacio, la obra es "es un esfuerzo más para combatir la amnesia que a veces afecta a muchos y, en especial, a la sociedad chilena en su conjunto".
La mayoría de los casos se centran en la madrugada del día 11, desde el amanecer hasta bien entrada la mañana, cuando el Palacio de La Moneda, donde se encontraba Allende, fue bombardeado por aviones de combate. La crisis chilena se prolongaba desde hacía meses y había expectativas de golpe de Estado. Incluso antes de las 8 de la mañana, con la noticia de que había un levantamiento de la Marina en la ciudad costera de Valparaíso, los periodistas se dieron cuenta de que estaban viviendo un momento histórico.
"Sabíamos que se anticipaba una jornada intensa, quizás una de las más duras de nuestras vidas, y que debíamos entregarnos por entero en esas transmisiones", escribe Sergio Campos, que llevaba tres años trabajando en Radio Corporación y más tarde se convirtió en el ganador del Premio Nacional de Periodismo de Chile (2011) y decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Central.
Una de las historias más cruciales del libro es cómo Radio Magallanes, que entonces formaba parte de "Voz de la Patria", una cadena de radiodifusoras de izquierda que apoyaba voluntariamente al gobierno de la Unidad Popular, se empeñó en transmitir el último discurso de Allende. El presidente se dirigió a la nación cinco veces durante el golpe, a las 7:55, 8:15, 8:45, 9:03 y 9:10 de la mañana.
En los dos últimos discursos, Radio Magallanes fue el único canal utilizado. Cáceres, entonces jefe de prensa de la emisora, recuerda lo sucedido: "[El director de la radio Guillermo] Ravest nos dijo, por comunicación interna, que Allende estaba en línea y que teníamos que anunciarlo de inmediato. El control, Amado Felipo, alcanzó a poner en el aire los primeros acordes de la Canción Nacional, sobre la cual yo intenté anunciar al Presidente. Pero éste ya estaba hablando”.
Cáceres transcribió entonces el comienzo del histórico discurso de Allende, pronunciado de improviso:
"Seguramente, ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción... ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo".
Menos de una hora después, a las 10 de la mañana, Radio Magallanes fue bombardeada y ametrallada. Tras un asalto, cuatro periodistas fueron llevados prisioneros. A las 10:27 cesaron las emisiones. Entre los que escaparon, varios periodistas salieron de la redacción con cintas magnéticas que contenían copias de la emisión de la mañana, incluido el histórico discurso. Cáceres partió al exilio, al que regresó a mediados de los años 80.
Según el libro, la última radiodifusora antigolpista suspendida fue Radio Candelaria, que perdió su señal minutos antes de que los cazas Hawker Hunter bombardearan La Moneda a las 11:52 de la mañana. Jorge Andrés Richards, jefe de prensa de la emisora, fue sorprendido llevando copias de la transmisión a su casa, y un oficial escuchó las grabaciones contra el golpe:
"Mi defensa fue decir que nuestros mensajes siempre fueron una llamada a defender el gobierno democráticamente elegido, la Constitución y el Estado de Derecho. Me mantuve firme en que defendíamos principios republicanos y que en ningún momento llamábamos a la insurrección popular, ni a tomar las armas. Tras un par de horas, me dejaron en libertad", recuerda en el texto.
El libro cuenta también cómo la desinformación se apoderó de los propios periodistas, que se vieron rodeados de rumores. Se rumoreaba, por ejemplo, que el general Carlos Pratts, comandante del ejército hasta que fue sustituido por Pinochet tres semanas antes, no se había unido al golpe en el sur del país y marchaba hacia la capital. También hubo discrepancias sobre si Allende estaba vivo o no. Al final del día, se había formado una red informal vía telefónica entre periodistas para establecer contactos e informaciones confiables.
"En conjunto logramos armar una central de noticias, recogiendo cuanto podíamos, de lo que estaba pasando. Ya ese mismo día 11 supimos que había cadáveres en el río Mapocho, que había empresas con trabajadores atrincherados, que después eran apresados unos y fusilados otros”, recuerda la periodista Gladys Díaz, quien también fue militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Todos los periodistas incluidos en el libro se consideraban de izquierda y trabajaban para medios que apoyaban al gobierno, y casi todos tenían afiliación partidista, lo que significa que falta otro ángulo de los acontecimientos de aquel día: los periodistas, de izquierda o de derecha, que trabajaban para medios chilenos que apoyaron el golpe. Esta perspectiva sólo aparece muy brevemente en uno de los reportajes, el de un periodista que, de camino a su casa, se cruzó en la calle con dos colegas conservadores, atónitos ante lo que estaba ocurriendo.
Asfixiada la prensa chilena, varios periodistas encontraron refugio en medios extranjeros y fuera de Chile, como Jorge Piña, que más tarde fue corresponsal en Roma. Los que se quedaron, según Enrique Férnandez, vivieron otro tipo de exilio.
"Los que no partimos al exilio nos convertimos en exiliados dentro de nuestro país. Los medios de comunicación partidarios del Gobierno constitucional fueron clausurados y no podíamos trabajar en la prensa controlada por los militares por dos razones: porque rechazábamos la dictadura y porque nuestros nombres figuraban en las 'listas negras' que elaboraron otros colegas nuestros, partidarios del régimen de Pinochet. Organizamos en cambio redes clandestinas de información para transmitir al exterior lo que estaba ocurriendo", recuerda Fernández.
La nueva edición del libro fue lanzada el 25 de julio en un acto en la Universidad de Chile, en el que participaron el Presidente de la República, Gabriel Boric; la ministra del Interior y Seguridad Pública, Carolina Tohá; el ministro de Justicia, Luis Cordero; y la ministra de Bienes Nacionales, Javiera Toro, además de diversas autoridades universitarias y representantes de las comunicaciones.
En esa ocasión, el editor Cáceres reflexionó sobre el propósito del libro.
"En este año y en estos días en que se cumplen 50 años del golpe civil y militar, hemos pensado que los autores de este libro y periodistas que trabajamos ese día 11 [de septiembre], somos sobrevivientes y también privilegiados, porque fuimos observadores y protagonistas, al mismo tiempo, de un hecho histórico que partió en dos la vida del país y de todos los chilenos", dijo. "La memoria es pasado y presente, y es esencial en la construcción del futuro. Por eso presentamos este libro”.
(Foto en el menu: Biblioteca del Congreso Nacional de Chile/ CC License 3.0; Foto del Banner: Julio Pinar Ferrada- CC BY-SA 2.)