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Periodistas en Río de Janeiro muestran cómo acabar con la banalización en la cobertura de la violencia urbana

El periodista Thiago Antunes estaba trabajando en la redacción del periódico popular carioca O Dia el 28 de noviembre de 2015 cuando una noticia interrumpió la madrugada: 111  disparos de rifle y pistola habían sido disparados por la policía militar contra cinco jóvenes en la favela Lagartixa, en Costa Barros, un barrio pobre de la zona norte de Río de Janeiro.

Inicialmente, la cobertura de este caso, en O Dia y en varios otros periódicos de la ciudad, sería como muchas otras: rutinaria. Para los periódicos de Río de Janeiro, la cobertura de la fuente policial usualmente solo escucha las fuentes oficiales mientras que las víctimas son retratadas en números, no en palabras.

“En el momento no se dio la debida importancia, fue como cualquier caso. Fue una cobertura rápida, del día a día. Las salas de redacción son muy pequeñas, no tienen tiempo de profundizar tanto en el tema”, dijo la reportera del periódico O Dia Gabriela Mattos al Centro Knight.

El caso de Costa Barros fue reportado inicialmente como una ejecución extrajudicial. Al día siguiente, la policía afirmaba que los jóvenes muertos no poseían armas en el momento del crimen. La cobertura tomó el rumbo hacia un fraude procesal cometido por la policía militar.

Es la realidad de un estado en el que 8.000 personas fueron muertas por la policía en la última década, según Amnistía Internacional. Sólo entre enero y septiembre de este año, hubo 631 registros de muertes resultantes de las intervenciones de la policía, de acuerdo con el Instituto de Seguridad Pública. En la zona de Costa Barros, tuvieron lugar 85 muertes.

Después de darse cuenta de que 2016 fue un año marcado por las violaciones a los derechos humanos en Río, Antunes, subdirector del sitio digital del periódico, sugirió una agenda que rompiera con la banalización con la que inicialmente se trató el caso Costa Barros. Tras cinco meses de investigación y un año después de la matanza, Antunes y los reporteros Adriano Araujo y Gabriela Mattos lanzaron un sitio especial con gráficos, videos y entrevistas a todas las familias de las víctimas, así como a expertos en derechos humanos.

“Queríamos hacer un producto que cubriera la historia y también generará debate: ¿este es el camino que queremos para nuestra policía? Y de modo muy soñador, ¿es esta la manera en la que queremos vivir?, ¿es así que queremos que nuestra sociedad? No siempre podemos plantear estas cuestiones en la cobertura del día a día”, dijo Antunes en una entrevista con el Centro Knight.

Cuando la masacre cumplió un año, otros periodistas también buscaron representar la barbaridad de las muertes y la falta de avance en el proceso judicial. En el artículo “Las víctimas silenciosas de Costa Barros”, el reportero Jorge Rojas, del diario chileno The Clinic, en asociación con el sitio brasileño Agência Pública las familias fueron el principal foco. El diario O Globo y el sitio G1 también publicaron entrevistas en profundidad con familiares de las víctimas de Costa Barros.

Sin embargo, acercarse a las familias fue un todo desafío para los reporteros de O Dia: además de la falta de tiempo ocasionado por el ritmo agitado de la redacción había un choque psicológico ocasionado por el trauma de la tragedia. Al equipo le tomó dos meses conseguir la entrevista con la testigo clave, Marcia Ferreira, quien vio morir a su hijo Wilton quien además aseguró haber sido amenazada en varias ocasiones por la policía.

“Tuvimos cuidado en mostrar siempre lo que estábamos haciendo, y llegamos a retirar algunos nombres para proteger a las familias. Queríamos exponer los hechos, no las personas”, señaló Mattos.

Fue cuando conocieron a esta familia que los periodistas supieron un hecho que aún no había sido mencionado por los medios de comunicación: Wilkerson Esteves, quien paseaba en su motocicleta cuando el vehículo de su hermano Wilton fue atacado por la policía y que lo convirtió en el único testigo de la masacre, murió de una apoplejía en julio, probablemente debido a la depresión. Tenía sólo 16 años.

“Wilkerson podría haber sido la primera víctima. Si hubiera muerto, ¿quién hubiera contado lo que pasó? Fue él quien corrió a su casa y lo dijo todo”, aseguró Antunes.

Escuchar a los residentes de la favela y a las víctimas, no obstante, es extraño en la cobertura del día a día, según Theresa Williamson, editora jefe del sitio Rio On Watch, un observatorio de cómo los medios cubren las favelas. Los que viven en zonas pobres con altas tasas de criminalidad terminan siendo estigmatizados, retratado como bandidos, asegura.

“La prensa es responsable de esta estigmatización”, dijo Williamson al Centro Knight. “En comunicados con crimen organizado, apenas el 1 por ciento está involucrado con el crimen. ¿Y el otro 99 por ciento? A partir de ese estigma se incrementa el prejuicio, y con este, políticas de seguridad erróneas. Son estas políticas las que refuerzan la marginación, y van manteniendo el ciclo de desigualdad social que viene desde la esclavitud”

Para Williamson, este escenario refuerza la operación “disparar primero, preguntas después” y la impunidad policial, elementos presentes en la masacre de Costa Barros. “El prejuicio alimenta la sensación de la policía que ella puede hacerlo. La policía también tiene miedo: tiene la impresión de que está en una guerra contra el enemigo, que es la favela”, dijo.

Este ciclo de violencia aumenta la percepción de inseguridad y miedo en la sociedad, que, en un momento de crisis política y económica en Brasil, aumenta la posibilidad de la aparición de soluciones populistas que puede agravar aún más los problemas, asegura la fundadora y directora ejecutiva del Instituto Igarapé, un grupo de expertos en políticas públicas en seguridad, justicia y desarrollo, Ilona Szabó.

“Si los medios de comunicación toma una postura de inflar el miedo y la paranoia de la ciudadanía, que se intensifica al final, es una faceta oscura de nuestra sociedad, que a menudo cree que el problema de la violencia se soluciona con más armas y represión generalizada”, dijo al Centro Knight.

Szabó señaló a la falta de formación en el uso de armas de grueso calibre, la falta de apoyo psicológico a los agentes y el fuerte corporativismo en los juicios de las acciones policiales como los problemas actuales de la policía de Río.

El Instituto Igarapé sugiere políticas de prevención del crimen en las poblaciones en riesgo y áreas problemáticas de la ciudad, vigilando los llamados “puntos criminales” de Río y un efectivo control de armas, así como una política de drogas que tenga la perspectiva de salud pública.

En el episodio de Costa Barros, el grupo de amigos Roberto de Souza Penha (16 años), Carlos Eduardo da Silva de Souza (16), Cleiton Correa de Souza (18), Wilton Esteves Domingos Junior (20) y Wesley Castro Rodrigues (25) regresaban de la celebración del primer sueldo de uno de los jóvenes cuando el vehículo en el que estaban fue tiroteado, sin motivo aparente, por un equipo de cuatro policías militares.

No hubo confrontación armada y las víctimas no podían defenderse. El batallón de los cuales son los agentes es el más letal del estado de Río, según Amnistía Internacional. Las estadísticas son alarmantes, dice Antunes, cerca de 50 muertes a manos de la policía.

“[En nuestro reportaje] se discute el papel de la policía –el papel es hacer cumplir la ley, no llevar a cabo ejecuciones extrajudiciales. Está previsto que el policía se defienda, no que utilice la defensa propia como justificación para matar a la gente”, dijo Antunes.

En este sentido, la profesora retirada de Periodismo de la Universidad Federal Fluminense (UFF) Sylvia Moretzsohn advierte que el reportero debe tener cuidado y no aceptar de forma automática la información de la oficina de prensa de la policía, que por lo general señala que las fuerzas de seguridad reaccionaron a la “agresión injusta” en los casos de ejecuciones extrajudiciales.

“El texto es el resultado de la manera en la que el reportero ve la realidad. Si está convencido de que la policía es el bueno y el bandido es el malo, no hay mucho que ver. Si se da cuenta de que las cosas son más complicadas que eso, puede presentar el hecho de otro modo, como frecuentemente hace [el periódico de Río] Extra en coberturas de este tipo”, dijo al Centro Knight.

Para esto, ella cree que es importante que los reporteros que cubren la violencia tengan alguna formación básica en criminología para tratar los crímenes de forma crítica y evitar la reiteración del sesgo.

“Si [los periodistas] tuvieran alguna noción de cómo establecer qué es lo que se castiga, por qué se castiga y cómo se castiga, si se dieran cuenta que el crimen se define históricamente y cumple un papel específico en una estructura social determinada; y sobre todo si tienen clara la selectividad del sistema penal, siempre puesto en contra de los pobres o el criminal pobre y siempre haciendo caso omiso, socavando o suavizando la clase media o ricos, sin duda evitarían la simplificación”, dijo.

En este sentido, Williamson refuerza la idea de que la colocación de la violencia dentro de un contexto histórico es clave para una cobertura de calidad. “Las personas hablan de violencia como si fuera una herida a la que sólo hay que poner un vendaje. No reconoce que es más parecida a una enfermedad genética, una sociedad que pasa esa lógica de padre a hijo. Eso sólo puede ser resuelto si cambiamos algo mucho más profundo”, dijo.

Con las redacciones pequeñas y ocupadas, sin embargo, los reporteros se quejan de la falta de tiempo para una cobertura en profundidad. En particular, el periódico O Dia, los horarios demuestran ser un desafío. Los tres periodistas que produjeron el reportaje, trabajaron en diferentes turnos y no siempre se veían en la sala de redacción. Además, tenían que mantener la producción de noticias en línea que debía ser actualizada día a día. Las entrevistas con las familias de las víctimas fueron hechas durante el tiempo libre de los periodistas, generalmente por la mañana.

“La parte más difícil del proceso fue eso: ver los tiempos en los que podíamos parar, sentarnos y analizar lo que teníamos”, dijo Antunes.

Moretzsohn sostiene que la mejor manera de combatir la falta de tiempo es la formación de periodista: ella cita el caso de la cobertura policial de Extra como un buen ejemplo de la reportería crítica de los crímenes diariamente. En un artículo publicado en el Observatorio de la Prensa, Moretzsohn compara la cobertura de Extra y O Globo de dos casos de violencia. En el primero, un médico blanco de clase media es asesinado por un menor de edad negro, en una zona turística de la ciudad. En el segundo, dos jóvenes negros fueron asesinados durante una operación policial. O Globo dio una cobertura mucho mayor al primer caso, mientras que el segundo fue relegado a dos columnas al interior del periódico. Al contrario, Extra, medio de la misma empresa Infoglobo, relacionó los dos casos como actos de violencia en la ciudad.

No basta con denunciar a los agentes de policía que se “extralimitan” en crímenes barbáricos, que atraen la atención, cree Moretzsohn. Es necesario cuestionar la actuación de la policía y de la situación de la delincuencia en cada caso. La reflexión no puede limitarse únicamente a casos especial, reforzó la docente.

“La cobertura de Extra no es perfecta, pero apunta a este sentido primordial que debe ser seguido en relación con qué tipo de delito es y qué tipo de delito escandaliza a la gente”.

Nota editorial: La periodista Alessandra Monnerat, colaboradora del blog Periodismo en las Américas y autora de este reportaje, trabaja como pasante en el periódico O Dia de Río de Janeiro.

Nota del editor: Esta historia fue publicada originalmente en el blog Periodismo en las Américas del Centro Knight, el predecesor de LatAm Journalism Review.

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