El periodista Cándido Figueredo vive con su esposa y siete guardias armados con metralletas, en la que a él le gusta llamar “su prisión”. Con un poco de ironía, Figueredo describe así su casa, que también sirve de sucursal de ABC Color, el principal diario de Paraguay. Desde hace más de 20 años, el periodista vive con escolta las 24 horas del día, al ser la única manera de continuar con su labor periodística en la peligrosa ciudad de Pedro Juan Caballero, en la frontera con Brasil.
Las amenazas de muerte - consecuencia de su trabajo de investigación sobre narcotráfico y crimen organizado en la región - son parte de la rutina. Recibe al menos una llamada al mes, en las épocas más tranquilas.
Por cuestiones de seguridad, Figueredo parece vivir en arresto domiciliario. Casi no sale de casa, solo lo hace cuando la necesidad apremia. “Estoy desde hace 21 años y 8 meses en el diario ABC aquí en la frontera, de los cuales llevo 20 años y tres meses con protección policial. Ya ametrallaron más de dos veces la redacción regional [su casa] y mi auto”, contó el reportero al Centro Knight para el Periodismo en las Américas.
A pesar de los ataques y amenazas, Figueredo afirmó que, a principios de septiembre, la Policía Nacional de Paraguay amenazó con retirar su escolta. Actualmente, los siete guardias se turnan la vigilancia de la casa, aunque siempre hay dos hombres y una mujer de guardia. “Mi escolta es casi mi familia, ya llevan más de diez años conmigo”, dijo.
“Mi esposa y yo tenemos la política de ayudarlos a estudiar, de conocer a sus familias. Una vez al mes invitamos a todo el mundo a cenar a casa, y así poder conversar. Esa también es una forma de hacer que tengamos más seguridad”, afirmó el periodista. La confianza en los guardias no impide, entretanto, que Figueredo porte su propia pistola. El periodista que vivió 15 años en Europa pensó que nunca tendría un arma consigo.
“Nosotros somos producto del entorno en que vivimos. En la situación en la que estoy, en el ambiente en que vivo, tengo que tener un arma porque, en cualquier momento, nadie va a querer morir por mí. Puede ser que estando solo me encuentre cara a cara con un traficante que me quiera matar; entonces tengo el derecho de cualquier ser humano a defenderse”, contó. En cada frase, el periodista repite: “Que Dios me dé la fuerza y la ayuda para que nunca tenga que usar esa arma”. Hasta ahora, las plegarias de Figueredo han sido atendidas.
Entre tanto, las amenazas continúan. Se han vuelto tan frecuentes que él ya ni se lo comunica al periódico. “Si aviso, ellos van a publicarlo. Y publicar todo el tiempo sobre sí mismo es un poco molesto”, explicó con voz de tedio. Figueredo cree que las personas ya no tienen más interés en saber sobre las amenazas que él recibe. “Otra vez él, otra vez él”, afirmó, imitando a sus supuestos lectores.
Entonces, cuando el teléfono de su casa timbra, él atiende y escucha decir: “Prepara tu ataúd” o “Usted no llega a Navidad”, Figueredo incrementa sus protocolos de seguridad. “Puede ser que algunas amenazas sean broma de algún traficante que quiere hacer una guerra psicológica y piensa: 'Le voy a molestar'. Pero, una vez más, puede ser que sea en serio, ¿no? Entonces, tomo mis precauciones, adoptando mis propias medidas de seguridad”.
En ese proceso de seguir “cuidando de su vida”, Figueredo se ha ido alejando cada vez más de vivir una vida normal. Hoy su esposa sale poco de casa, cuando va al supermercado la acompaña la seguridad armada. Él, cuando sale de su 'redacción-prisión', es escoltado por dos guardias con metralleta.
Aun con esas restricciones, Figueredo consigue mantener un ritmo intenso de trabajo. La mayoría de sus entrevistas las realiza vía telefónica o en persona, dentro de su casa. Otras veces, envía a fotógrafos al lugar pactado y él se encarga de la investigación y redacción desde su casa. Solo en casos muy excepcionales sale a hacer alguna entrevista y, cuando eso sucede, las medidas de seguridad son previamente planificadas.
“Si se comete algún crimen en las calles o si hay alguna captura por drogas importante yo salgo, pero ahí los alrededores también están llenos de policías”, dijo.
El impacto diario en su vida conyugal es enorme. “No participo de la vida. No voy a cumpleaños, ni a bodas. No tengo vida social. La alegría de ir un sábado por la noche a comer pizza, para nosotros, ya no existe”. Figueredo solo consigue tener un respiro del encarcelamiento cuando viaja en auto a Asunción, que está a más de 5 horas de distancia de Pedro Juan Caballero. Allí, visita la redacción central del diario, camina por las calles y come en restaurantes. Asimismo, está siempre alerta. “Me quedo unos tres o cuatro días en Asunción y luego regreso a mi prisión”, comentó.
En un viaje a los Estados Unidos, Figueredo notó que siempre se sentaba frente a la puerta de entrada, en todos los restaurantes, para poder observar a las personas que ingresaban. “Mi mujer decía: 'Aquí no hay necesidad, sé libre'. Pero es difícil... Son más de 20 años. Si nos fijáramos en los Guinness [el libro de récords], yo debería estar ahí, porque no conozco a ningún periodista que viva así”.
El miedo es justificado. Figueredo nació y creció en la frontera de Pedro Juan Caballero con Ponta Porã, en el sur de Mato Grosso. Tiene ahora 60 años - “aunque sigo siendo guapo”, afirmó riendo. En ese periodo, Figueredo vio florecer varios negocios en la ciudad: el de contrabando de armas, drogas, café, soya, falsificación de whisky... La lista es larga. “Cuando era pequeño, veía cómo las personas hacían lo que querían aquí. Siempre fue una frontera violenta, un lugar privilegiado para la mafia”.
Apenas una calle separa las dos ciudades. Son cientos de kilómetros de frontera seca, lo que facilita la fuga. “En varios trechos no hay ni siquiera casas, solo campo. Si un hombre mata a otro, en una hora ya puede estar en otro país, a kilómetros de distancia. Hasta para los policías es complicado llegar, les toma dos horas. Es el crimen perfecto”.
La violencia alcanza también a los periodistas que cubren las fronteras. En Pedro Juan Caballero, por los menos dos reporteros han muerto a tiros desde 2013, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ por sus siglas en inglés).
“Los ataques contra periodistas aumentaron mucho aquí. Nosotros, los periodistas, estamos descubriendo y publicando mucho sobre la narco-política, lo que está perjudicando a muchos por aquí. Y esas personas manejan un presupuesto multimillonario, ellos compran consciencias, periodistas, jueces, fiscales, policías. Es difícil que la gente se oponga a ellos”, explicó.
En 2014, Figueredo perdió a un amigo y colega de trabajo, Pablo Medina Velázquez, también reportero de ABC Color. Medina fue asesinado al recibir cinco disparos, uno de ellos en la cabeza, luego de escribir varios reportajes sobre el tráfico de drogas en la región, de acuerdo con el CPJ. El hermano de Pablo, Salvador Medina, que también era periodista, fue asesinado 13 años antes en la misma región.
Un año antes del asesinato de Medina, el Estado le retiró la escolta policial que lo protegía.
Asimismo, cuando le avisaron a Figueredo, a principios de septiembre, que perdería el derecho a su escolta policial, el reportero se alarmó. Según el diario ABC Color, fue un portavoz de la Policía Nacional que dijo, en entrevista, que podría retirársele la escolta. “El propio jefe de la policía de mi ciudad me dijo que la orden había venido del ministro del Interior. Fue una forma del ministro de mandarme un mensaje”, dijo Figueredo.
Según él, la medida se tomó como represalia por una serie de reportajes que el diario publicó sobre el traficante brasileño Jarvis Chimenes Pavão, preso en Paraguay.
“El más perjudicado fue el ministro del Interior porque en la entrevista, él [Jarvis Chimenes Pavão] dijo que fueron funcionarios del ministerio los que le pidieron colaboración para comprar equipos de inteligencia, además de negociar y pagar el rescate de un menor secuestrado”, apuntó Figueredo.
El periodista también dijo que él no fue el autor de esos reportajes, pero sí el responsable de negociar con la abogada del traficante, durante dos meses, la realización de la entrevista dentro de la cárcel. Figueredo ya había entrevistado a Pavão antes, así como a varios traficantes famosos, por lo que decidió no participar en el reportaje. Fue también una medida de precaución, para evitar exponerse nuevamente.
“Yo sabía que el Ministro estaba detrás de todo esto, que estaba involucrado con la mafia. Y nosotros en cualquier momento vamos a probarlo. Pero, para no tener más problemas, el director del diario dijo: 'Mejor que tú no aparezcas'. Que yo ya estoy suficientemente preso en mi casa”, afirmó. Aún así, según él, las autoridades descubrieron sus acciones - “mis teléfonos siempre estuvieron intervenidos”.
Ante la amenaza, Figueredo visitó la embajada de los Estados Unidos en Paraguay, y el diario ABC Color publicó unos artículos presionando al gobierno. El CPJ, que concedió a Figueredo el Premio Internacional a la Libertad de Prensa en 2015, también manifestó su preocupación por la situación del periodista. “Hicimos mucho ruido y el gobierno recapacitó. Además, yo tengo una orden judicial para contar con escolta. Así que fui a la corte para renovar la protección”, contó.
A pesar de todas esas restricciones a su trabajo y a su vida personal, Figueredo no pretende, por ahora, abandonar el periodismo. Primero porque no quiere: todavía no está cansado, justificó. Segundo, porque cree en la importancia de la profesión: “Yo quiero seguir trabajando en Paraguay. Nosotros tenemos que cambiar al país, tenemos que insistir en el tema de la mafia. Hay una narco-política como nunca antes aquí. Los narcotraficantes están financiando campañas, apoyando a políticos. Y muchos están candidateando. Eso es un peligro”.
El tercer motivo es que el periodismo lo mantiene preso, no solo en casa, sino en la profesión.
“Funciona como un escudo. Si yo abandono el periodismo, ellos van a aprovecharse. Porque la mafia nunca olvida, ellos siempre van a querer vengarse. Entonces, creo que voy a continuar trabajando hasta que me den las fuerzas”.
Antes de concluir la entrevista, agradecí a Figueredo por la conversación. Él, para mi sorpresa, dijo: “Gracias a vosotros”. Para el periodista, los artículos publicados fuera del país envían un mensaje claro a los que quieren librarse de él. “Muestran a la gente que no estoy solo, que nosotros somos observados por los colegas de otros países. Espero que piensen: 'Mejor no nos metemos con él, porque nos causará problemas'”, afirmó Figueredo. “Así que piensa en nosotros, y escribe sobre nosotros”, dijo.
Nota del editor: Esta historia fue publicada originalmente en el blog Periodismo en las Américas del Centro Knight, el predecesor de LatAm Journalism Review.